Una horchata para el dios Turia
Recorrido por la Valencia de toda la vida, mezcla de rincones elegantes, cuidados jardines y oscuros callejones
Hubo un tiempo en que Valencia era para muchos españoles, meseteños y esteparios, un sitio que había que circunvalar para acceder a las playas del landismo y las discothèques. Más tarde ha sido la sede de la Copa América, Calatravaworld y emporio high tech donde el cosmopolitismo se conjuga con la entraña fallera, entre la obscenidad y el exceso. La Valencia que hoy rescato, en un recorrido desde la Estació del Nord hasta el barrio del Carmen, es la de toda la vida.
El vestíbulo de la estación se viste de azulejos, como teselas irregulares, que adelantan la luz de la ciudad. En los despachos de madera, señoras con pamela comprarían sus billetes para ir a Xàtiva y resolverían sus dudas en la oficina de información, que es como una capilla polícroma de esta catedral de los ferrocarriles. El racionalismo ornamental de la fachada, las estrellas de cinco puntas, las naranjas y la geometría de sus volúmenes, preanuncian esa Valencia futurista de museos con forma de esqueleto prehistórico que no renuncia a cierta chabacana exquisitez.
Al lado de la estación, la plaza de toros, y enfrente, la plaça del Ajuntament, mediterránea y sinestésica, porque Valencia se disfruta con los cinco sentidos de punta: los puestos de flores; los fuegos de artificio que cosen el cielo durante las Fallas, época estruendosa que deja huellas por la retícula de la ciudad; el maíz asado all i pebre, arroces y anguila hervidos, especialmente sabrosos en un restaurante de la plaza del Picadero del Marqués de Dos Aguas, detrás del palacio, una de las joyas arquitectónicas de Valencia.
En la plaça del Ajuntament se constata que para conocer una ciudad es preciso levantar la cabeza: desde las alturas vigilan el león de seguros Vitalicio y los ángeles aferrados a la fachada de Correos con su escalera de caracol encerrada en una estructura metálica que acaba en una bola. Saliendo por San Vicente Mártir, dejamos a la izquierda las vías que conducen a la bellísima lonja del siglo XV, y un poco más allá, adentrándonos en el barrio del Mercado por el carrer dels Drets, nos topamos con un hito de la Valencia castiza: la plaza Redonda (hoy, en remodelación). En su centro, una fuente; sobre su perímetro, mercerías e hilaturas que esperemos que no desaparezcan. San Vicente Mártir confluye con la plaza de la Reina, con la calle de la Pau, una de las más elegantes de España, y con una de las angostas entradas al Carmen, que se hace todavía más estrecha por la verticalidad de la torre de Santa Catalina. Cerca, en El Siglo, se toma la mejor horchata con fartons. La iglesia de Santa Catalina aparece en la plaza de Lope de Vega, donde el viajero puede desarrollar un ejercicio de agudeza visual: encontrar la casa más estrecha del mundo e imaginar cómo se dispondrá dentro de ella el mobiliario. En la ajardinada plaza de la Reina, la sombra del prisma del Micalet acentúa las ondulaciones de la entrada a la catedral, como agujero de la gruta. Por el carrer del Micalet se alcanza la plaza de la Virgen, donde el dios Turia preside una fuente rodeado de valencianas desnudas a las que reconocemos en su valencianidad por los tocados. Si siguiéramos en línea recta caeríamos al cauce del Turia; avistaríamos las torres de Serranos y, más allá, Na Jordana...
Sensación onírica
En la plaza de la Virgen está la Puerta de Arquivoltas, donde se reúne el Tribunal de las Aguas; la basílica de Nuestra Señora de los Desamparados, a la que se ofrecen las flores, y la Generalitat, tras un jardincillo, vallado y cítrico, en cuya esquina descansa el arcángel. En el enclave arqueológico de La Almoina, el pasado se sumerge bajo un estanque con fondo de cristal provocando una sensación onírica. Allí se alza la casa modernista que acoge la Fundación Municipal de Cine.
La calle de Cavallers arranca desde el lateral de la Generalitat. Sus casas palaciegas se sobredimensionan sobre un plano que en el Carmen sufre un estrechamiento. Los portalones de madera labrada, los grandes vanos modernistas, chaflanes con mirador, y las volutas de la decoración sugieren amplios interiores en las casas de la señorial Cavallers: una, con hermosas rejas blancas, que hace esquina con Mendoza; otra, el teatro Talia; o el palacio del número 38, con sus cristales que se parten formando dibujos. Algunas calles perpendiculares a Cavallers tienen un punto sórdido: la oscura Cocinas o la de los Borjas, a la que la penumbra le viene del nombre. Por otras se accede a plazuelas que van encadenándose: la del Correo Viejo, en la que el palacio comparte tabique con la pensión de una estrellita y con el caserón del XVIII al que aún no se le ha dado un uso gubernamental; la de San Nicolás, a cuya iglesia se acude los lunes para cumplir promesas; la del Horno de San Nicolás y la de Sant Jaume, con sus árboles, sus cafés y sus pintores, que se bifurca en dos calles -de arriba y de abajo- y se pega a la plaça del Tossal, con salida por la calle de Quart hacia las torres del mismo nombre. Los tiempos se solapan, el barrio del Carmen ha sido a lo largo de la historia zona de ocio; barrio proletario, gremial y noble; huerta y burdel... Los habitantes y sus trabajos empapan el trazado urbanístico y los muros de las contradictorias fincas parecen llorar, cubiertos por mallas de plástico verde. Escombro en los solares, ruidito de roedores y de gatos nocturnos, en el Carmen se vive la paradoja de desear y temer que puedan lavarle la cara a este milenario lugar de claroscuros.
» Marta Sanz (Madrid, 1967) es autora de la novela La lección de anatomía (RBA).
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Guía
Visitas
» Lonja de la Seda (963 52 54 78). Martes a sábado, 10.00 a 14.00 y de 16.30 a 20.30. Domingos, de 10.00 a 15.00. Lunes, cerrado. Gratis.
» Catedral de Valencia (661 90 96 87; www.catedraldevalencia.es). De lunes a sábado, de 10.00 a 18.30. Domingos, de 14.00 a 17.30. Visita completa: cuatro euros.
» Palacio del Marqués de Dos Aguas (http://mmceramica.mcu.es; 96 351 63 92). Poeta Querol, 2. De martes a sábado, de 10.00 a 14.00 y de 16.00 a 20.00 (domingos, de 10.00 a 14.00). Tres euros.
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