Manuel de Luna Aguado, diplomático ejemplar
He recibido la noticia tardía de la muerte, en su amada Moscú, el pasado 20 de mayo, a los 69 años, del embajador de España Manuel de Luna Aguado. Era ministro consejero en nuestra Embajada en Rusia cuando llegué como jefe de misión a aquella capital, en noviembre de 2001. Se dio entonces la circunstancia excepcional de que quedase a mis órdenes Manolo de Luna, un diplomático, nacido en Madrid el 6 de mayo de 1940, de mayor antigüedad en el escalafón y que fue anteriormente por dos veces embajador de España, en Liberia y en la República Dominicana, donde lo había hecho admirablemente bien.
En Liberia su actuación había llegado al heroísmo cuando organizó y llevó a buen término la difícil y peligrosa evacuación por tierra de decenas de ciudadanos españoles y de otros países para huir de la guerra civil que asolaba aquel desdichado país. Mereció incluso, por aquello, editoriales de los periódicos españoles, honor excepcional en la vida de un diplomático, que destacaban su valor y su comportamiento ejemplar.
En Liberia llegó al heroísmo con la evacuación de los españoles
Tuve medida de su coraje cuando se ofreció voluntario, a poco de mi incorporación, para seguir en Tbilisi la situación de dos españoles que estaban secuestrados allí, en unas condiciones terribles, desde hacía más de un año. En aquella ocasión, colaboró decisivamente con los agentes de la policía española desplazados a Georgia para lograr su libertad; y para ello llegó más allá del deber exigible a un funcionario público y asumió el riesgo de participar en el valle del Pankisi en la liberación de nuestros compatriotas.
Le señalé entonces que hubiera debido pedirme autorización para entrar en una zona tan peligrosa como era aquella, y me contestó con toda franqueza que, si no lo había hecho, era porque seguramente no se la habría dado y que había entendido que, con sus conocimientos de ruso y su capacidad negociadora, podía contribuir a la salvación de los dos españoles y que su deber era ir allí y hacer todo lo posible para traerlos sanos y salvos a casa, que es lo que al final felizmente pasó.
Por estas actuaciones y otras muchas recibió condecoraciones y felicitaciones oficiales de todo tipo a lo largo de su carrera, incluyendo el ascenso a la categoría de embajador de España, que tanto significó para él como reconocimiento de toda una vida de servicio público.
Manolo fue un funcionario admirable, generoso y cariñoso, que tenía la rara capacidad de animar y motivar a todos los demás en los momentos más difíciles y en los lugares más alejados, que es donde les gusta estar a los que, como él, desprecian los cómodos circuitos profesionales. Los que le conocimos y quisimos, recordaremos siempre su entusiasmo, su amor a la vida, su capacidad de disfrutar y sus ganas de aprender. Fue además, y no es poco, un buen compañero y una magnífica persona.
Ha muerto en la Moscú que tanto quería un hombre de bien, un español extraordinario y un diplomático ejemplar. Descanse en paz.
José María Robles Fraga, diplomático, ha sido embajador de España en Rusia de 2001 a 2004.
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