Padres por culpa de la crisis
Lo de consumir a lo bruto ya no está de moda en la ciudad de los rascacielos. Unos, porque se quedaron sin empleo. Otros, por precaución. Y también los hay que no quieren gastar más de lo debido para no mostrarse ostentosos cuando otros sufren. Pero si se quiere ver el efecto del terremoto financiero en la vida real de los neoyorquinos, sólo hay que pasearse por los parques infantiles del Upper West Side y observar qué pocas niñeras hay al cuidado de los pequeños que corretean bajo el sol primaveral.
Sí, hay cada vez más madres en los parques paseando a sus hijos, y también algunos padres, que se quedan en casa y no tienen más remedio que recortar gastos para llegar a final de mes. Es como una fiebre de maternidad forzada por la nueva realidad económica, que está haciendo cambiar la rutina diaria de los estadounidenses. Y si hay alguna duda, sólo hay que bucear por la web craigslist para constatar que ser niñeras ha dejado de ser negocio.
Muchos neoyorquinos ya no pueden pagar a una niñera
Lo mejor para los niños es que sus padres están haciendo de padres
También están proliferando los mercadillos de segunda mano
Es una de las nuevas estampas que con la llegada del buen tiempo afloran por las calles de Nueva York. A algunos les cuesta admitir en público, quizás por vergüenza tras los abusos del pasado, que se están deshaciendo de sus niñeras porque no pueden permitirse el lujo de pagar 45.000 dólares anuales por tener una empleada a tiempo completo en su casa. Pero como comentaba un especialista en asuntos familiares, es lo mejor que le puede pasar a los niños: que sus padres hagan de padres.
Los que saben dicen que el colapso económico actual fue causado por el mayor hedge fund de todos los tiempos: el consumidor estadounidense. Los hábitos están cambiando. Y con el cochecito en mano y el buen tiempo acompañando en los paseos en familia, qué mejor excusa para ir de gira por los mercadillos de artículos de segunda mano que están abriendo por la ciudad. Quizá los neoyorquinos no estén tan animados como antes para ir de compras.
Pero si salen a la calle y el ritual del consumo se aliña con una pizca de entretenimiento y algo de comida, el nubarrón que está posado sobre la isla de Manhattan parece disiparse por unas horas. Los organizadores de los nuevos mercadillos que proliferan con rapidez por el popular barrio de Brooklyn ven que los neoyorquinos tienen un cierto sentimiento de culpa al ir de compras a los grandes almacenes y gastar dinero en cosas caras. Y es precisamente ese sentimiento el que quieren aprovechar como filón.
En mercadillo de Fort Greene, los sábados, se puede encontrar colgada ropa de Balenciaga a 20 dólares, mientras los vendedores instalados en Coney Island estudian cómo van los hábitos de consumo, con la intención de aprender antes de lanzar sus propios negocios más en serio o para tantear los precios que luego aplicarán en sus tiendas. Son como incubadoras para artistas y diseñadores que no pueden permitirse el lujo de dar rienda suelta a su creatividad abriendo una tienda en Soho, en Madison Avenue o en el Upper West Side, donde las niñeras se quedan en paro.
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