El genuino rey de Copas
Gaínza ganó siete de las nueve finales que disputó con el Athletic, jugó 99 partidos y marcó ocho goles en uno de ellos
En la época del chuletón, cuando la carne suplía al preparador físico y era la garantía de una respuesta física envidiable, Agustín Gaínza (Basauri, 1922-1995), comía poco. No sólo eso: recriminaba a sus compañeros que se hartaran de comer. En la época en que el agua milagrosa era realmente el agua milagrosa, Piru Gainza bebía poco y requería a sus compañeros que no se llenaran de líquido como si hubieran desayunado bacalao. Se lo decía un tipo ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, que siempre pesaba lo mismo y al que alguien apodó El Gamo de Dublín. Pero sobre todo se lo decía el auténtico rey de Copas del fútbol español: 99 partidos diputados en esa competición, nueve finales jugadas y siete ganadas, a las que habría que añadir otras dos finales perdidas como entrenador, y con el récord de más goles marcados en un partido, ocho contra el Celta (12-1) en unos cuartos.
"El mejor defensa es el que hace penalti y no se lo pitan", decía el gran extremo
Prohibió a su hijo ser futbolista porque le parecía poca cosa para el futuro
Por si había que redondear el palmarés, Gaínza, que jugaba de extremo izquierdo, presumía de no haber sido nunca suplente con la selección española. En su etapa profesional, el equipo nacional disputó 36 partidos y Gaínza jugó 33. Dos se perdió por lesión y otro porque murió su madre. Pudo decir al término de su carrera que se había enfrentado a los seis campeones mundiales y que figuró en una selección mundial (1950).
Sin embargo, uno de los jugadores más laureados de la historia del fútbol español no quería jugar al fútbol. Su espíritu práctico de la vida le hizo rechazar la primera propuesta del Athletic cuando jugaba el torneo de su pueblo y fue avistado por Garate, ojeador del club. Agustín Gaínza dijo que no iba y su hermano Miguel dijo que sí. Gaínza trabajaba como aprendiz de tornero y el fútbol le parecía un brindis al sol para su futuro. "Le tenían que insistir para que jugase en la plaza del pueblo", recuerda su hijo Agustín, al que le prohibió que fuera futbolista porque le parecía poca cosa para el futuro. Piru sólo accedió cuando el Athletic le convenció a cambio de traer a su hermano a hacer el servicio militar a Bilbao y cambiarle de trabajo a él, sacándole de las laminaciones y metiéndole en un oficio más llevadero.
Piru Gainza siempre tuvo algo que ver con Chesterton: se le atribuían las famosas frases que dijo y las que no dijo. Era un vivero natural de la ironía y la sencillez del fútbol por encima de las teorías y los análisis sesudos. Él siempre negó que le dijera a Franco en 1958 aquello de "a usted y a mí no hay quien nos eche", cuando el caudillo le insistió sobre su eterna presencia en las finales. Sí es cierta su respuesta "hasta el año que viene" cuando Franco le dijo en 1956 "otra vez usted por aquí".
Sus ídolos fueron varios. De Venancio, el menos valorado de la delantera mítica, decía que era el mejor jugador de cabeza porque no sólo remataba, "sino que sabía pasar de cabeza". De Gorostiza (Bala Roja, que tras el Athletic jugó en el Valencia), que era el mejor delantero del Athletic. Del defensa sevillista Campanal, que era el jugador más completo que había visto. A Gento, desde el principio, le eligió como su sucesor. "Es el mejor", dijo, porque tenía la velocidad que le faltaba a Collar, otro de sus ídolos.
Tras entrenar al Athletic, se convirtió en empleado del club. Un asesor muy particular: "El presidente no necesita que le digan quién ha jugado bien y quién mal. Eso lo sabe cualquiera. Lo importante es que le diga quién va a jugar bien dentro de dos años", afirmaba. Si el fútbol propiciaba el toque, él apostaba por el juego físico y viceversa. Le gustaba el equilibrio. Y quizás firmó su mejor definición cuando hablaba de las excelencias de la defensa: "El mejor es el que hace penalti y no se lo pitan. El peor, el que no lo hace y se lo pitan". Visto lo cual, le gustaría, sin duda, Touré Yayá más que Abidal.
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