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Una riña familiar acaba en sangre en Natzaret

"Me ha pinchado, me ha pinchado". Antonio Naranjo se dio la vuelta hacia su mujer, avanzó escasos metros y cayó al suelo ante los ojos de su hija de 15 años. Tenía 48 años, cuatro hijos, tres de ellos pequeños, era albañil pero estaba en paro, le gustaba especialmente el flamenco y llevaba 16 años casado con Mari Carmen. Vivía en el barrio de Natzaret de Valencia.

El sábado por la noche su vecina de abajo, Carmen, tía paterna de su mujer, mandó a su hijo Luis Miguel, de 39 años, a llamarle la atención, una vez más, por ruidos. La riña acabó en tragedia. Antonio murió de una herida mortal en el corazón. Luis Miguel le clavó una catana.

"Mi tía era un martirio. Además, él nunca le gustó. Con los años, se fue haciendo más y más insoportable la convivencia porque a ella todo le molestaba. No paraba de subir para quejarse porque los niños corrían por la casa, o porque se movían sillas, o porque estaba puesta la música. Por cualquier cosa. Y el sábado la música estaba bajita, estábamos en la cocina, los dos y mi hija mayor, con todas las puertas cerradas y mis otros hijos durmiendo. Él tenía un carácter muy fuerte. No se callaba nada. Y mira", relató ayer la viuda, aún pendiente de la autopsia y de los trámites para que su marido sea enterrado hoy en Moral de Calatrava, Ciudad Real, su pueblo natal.

Luis Miguel, de 150 kilos de peso, el más pequeño de tres hermanos, sin trabajo, subió empujado por su madre a casa de Antonio. La llamada de atención no fue con palabras amistosas. Acabó subiendo su madre. Y después de reproches e insultos, madre e hijo se bajaron. Pero Antonio lo hizo detrás de ellos. Ante la puerta de los familiares de su mujer, le dio la vuelta a Carmen, la zarandeó. Y Luis Miguel apareció por detrás de ella y le clavó la catana.

"A Antonio, cuando le hemos necesitado, le hemos tenido, pero nosotros solo le conocemos como vecino". Fernando y su familia tienen desde hace décadas la tienda de regalos y muebles que hay en el número 122 de la calle Mayor de Natzaret. Los conocen a todos. Reconocen que Carmen se quejaba de los ruidos, pero entendían que en una casa con niños son normales. Sabían que la música estaba casi siempre puesta en casa de la víctima, pero no consideran que fuera molesta, al menos de día.

Pero las riñas entre unos y otros tienen años de memoria, se agudizaron cuando hace tres años Antonio y su mujer se cambiaron de la primera planta a la segunda, de estar en el piso de al lado de Carmen, a estar justo arriba. Genoveva, anciana vecina del fallecido, decía ayer: "Esto se veía venir".

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