El Athletic ensaya la vuelta de honor
Casi 20.000 personas asisten en San Mamés a un entrenamiento rutinario de los 'leones'
Templo sobrio y venerado, San Mamés despertó con el estrés propio de un patio de colegio en hora punta. Correteaban por sus alrededores, nerviosos, alterados, divertidos, abuelos y nietos, padres e hijos, tíos y sobrinos, amigos, conocidos y algún noctámbulo. Algo no encajaba. Ni los domingos hay clase ni ayer había partido, pues el Athletic selló el sábado la permanencia al derrotar al Betis. ¿Qué pasa? ¿Juegan las chicas o qué?, inquiría una señora, el periódico en una mano, el pan y las pastas en la otra, que no recordaba algo similar un domingo por la mañana desde que el Athletic femenino conquistara, en 2002, la primera Superliga ante 35.000 espectadores. No, señora. Entrena el Athletic, ilustraron a la mujer, que frunció el ceño como si hubiera escuchado mal, aunque tal vez lo oyera todo y su gesto fuera de incomprensión, y maldijera todas esas locuras que comete la gente por el dichoso fútbol.
Cuando los leones saltaron al césped, rugió San Mamés, que rozaba la media entrada. Casi 20.000 personas en un entrenamiento. Una sesión, además, de lo más ordinaria: unos estiramientos, un rondo, unos remates, estiramientos y a la ducha. Y sin embargo vibró la Catedral como en sus mejores tardes. ¿Que Susaeta remataba de espuela? Exclamaba el graderío. ¿Que Llorente chutaba al poste? ¡Uuuuuuuuy!. ¿Que Toquero, hace un año en 2ª B y hoy el favorito de la grada, la colaba por la escuadra? El acabose. Peloteaban ociosos los jugadores, pura rutina, y se derretía el público: gritos, aplausos, cánticos.
La apoteosis llegó cuando, ventilada la sesión en 50 minutos, futbolistas y técnicos se alinearon tras una pancarta: Denon artean lortuko dogu [Entre todos lo lograremos en euskera]. El público lo festejó como un título. Fue tal el alborozo que los leones, antes de ganar el vestuario, se marcaron una vuelta de honor, se supone que para devolver a la grada el cariño recibido. No es eso, le dijo un aficionado a su hijo que, rojo y blanco de pies a cabeza, atendía con tanta devoción que no captó la ironía. Están ensayando para el miércoles. Con el Barça no puedes dejar cabos sueltos, dijo, y asintió, convencido, el chaval.
Para comprender la que se lió ayer en Bilbao por un simple entrenamiento, enésima incidencia en dos meses que invitan a una sesuda investigación sociológica, es preciso tomar distancia con el fenómeno, la clasificación para una final de Copa, un hecho en sí nada extraordinario (todos los años dos equipos la alcanzan sólo en España), y contemplarlo en perspectiva. Conviene recordar que una generación entera de hinchas del Athletic, los que no se han asomado al mirador de la treintena, sólo sabe de la heráldica y las conquistas de su club porque se las han relatado sus mayores, porque las han leído en viejos libros de historia o porque las han visto en cintas de VHS y en Youtube. Muchos integrantes de esa generación perdida, algunos ya con hijos a su cargo, acudieron ayer a San Mamés para reafirmarse en su fe rojiblanca y, posiblemente, también para cerciorarse de que, en efecto, su equipo afronta una cita de tronío, una final, y no otro partido tan dramático como aquel contra el Levante, hace sólo dos años, en el que se vio avocado el Athletic a defender una de las joyas de su vieja corona, la permanencia en Primera División, uno de los tres preceptos que pespuntan su Santísima Trinidad, junto a su filosofía (cuestionada en el siglo XXI como nunca antes) y a su condición de Rey de Copas (refutada por la Federación Española, que no le reconoce la Copa de la Coronación de 1902, lo que limita su colección a 23 trofeos, frente a los 24 del Barcelona, su rival en Mestalla). Esta vez, la vigilia nada tiene de angustiosa y mucho de reconstituyente moral. Así lo ve la afición, que tras años de penurias se dispone a saborear hasta la última gota su cáliz favorito.
35.000 aficionados, 10.000 sin entrada, calcula el club que se desplazarán a Valencia. La fiesta, en cualquier caso, también se vivirá en Bilbao, engalanada para la ocasión. No hay comercio sin bandera, negocio sin promociones (Si gana el Athletic le devolvemos su dinero), barrio sin pantalla gigante. En tres horas se agotaron las 35.000 entradas para vivir el partido en San Mamés. Ya todo está preparado. Incluso a la gabarra, la rudimentaria, nada estética y sin embargo mitológica embarcación en la que el Athletic festeja (festejaba) sus títulos, abandonada durante más de dos décadas, le han dado una capa de pintura y aguarda, ansiosa, en un dique de la Ría. Al verla, recuerdan los veteranos e imaginan los noveles.
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