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OPINIÓN
Columna
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Tras la cumbre

Joaquín Estefanía

Se apagan las luces y se desmontan los escenarios. Se ha acabado el G-20 de Londres. Los mandatarios han consensuado recursos, medidas y un calendario. Un renacido FMI evaluará día a día la marcha de lo aprobado, hasta la siguiente reunión. Lo conseguido será valorado a la luz de las expectativas previas generadas (por ello, en los días previos, algunos habían rebajado el tono de esas esperanzas). Todo ello ocurría al tiempo que el Banco Central Europeo rebajaba los tipos de interés al 1,25%, el nivel más bajo desde la II Guerra Mundial (aunque todavía estén un punto por encima de los estadounidenses o los japoneses).

El anfitrión, Gordon Brown, subraya los aspectos más regeneracionistas alcanzados en relación con los fallos del mercado habidos en materia de paraísos fiscales, secreto bancario, bonus de los ejecutivos, instrumentos financieros fuera de balance (sector bancario en la sombra), etcétera. Parece una actualización, un siglo después, de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber, buscando el comportamiento más racional para alcanzar el éxito económico.

Los líderes vuelven y se encuentran con sus problemas específicos. Los países saldrán de la crisis de distinta forma

Una vez terminada la cumbre, cada uno de los líderes vuelve a su país y se encuentra con sus problemas específicos. La crisis que asola al planeta ha homogeneizado de alguna manera las dificultades más importantes, pero no todos saldrán del mismo modo de la recesión. Zapatero llegó a España y se encontró con las últimas cifras de paro registrado (3,6 millones; según Eurostat, la tasa de desempleo es del 15,7%); con las secuelas de la intervención, por parte del Banco de España, de la primera entidad financiera en apuros, lo que llevará a la creación de un fondo específico para recapitalizar bancos o cajas de ahorro y cooperativas de crédito, y con las reformas estructurales pendientes para cambiar el modelo de crecimiento y llevar a nuestro país a mayores cotas de competitividad.

Durante la última década, España ha crecido por encima de la mayor parte de los países de nuestro entorno. Ello se ha debido, entre otros aspectos, a la certidumbre que generó la entrada en el euro; a la incorporación a la población activa de millones de inmigrantes, y al endeudamiento, en buenas condiciones, de las familias y las empresas (la deuda de los agentes privados se ha duplicado en el periodo 1999-2007; la de los hogares ha pasado del 60% al 130% de su renta bruta disponible, y la de las empresas, del 270% a casi el 600% del excedente bruto de explotación).

Estas circunstancias son irrepetibles y, sin embargo, la exigencia de España de alcanzar los niveles de convergencia real con los países más avanzados de Europa sigue vigente. Para que se apliquen estas reformas es imprescindible la voluntad y el acuerdo de las principales fuerzas políticas y económicas sobre su necesidad. El debate debería ser sobre los contenidos y, sobre todo, sobre los sacrificios compartidos que comportan. -

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