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Columna
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Esperpéntica

La calle ha vuelto, la calle vuelve a ser el foro y Madrid "El Foro", con letras capitales, lugar de encuentro donde se debaten los asuntos públicos cuando, en los hemiciclos y bajo las cúpulas, se descuidan, se traban, se enmarañan o se soslayan. El foro de Roma, del que descienden todos los foros, hoy es un circo que controla con un gesto de su pulgar intangible Silvio Berlusconi. En España los foros degeneraron hace siglos en mentideros donde se conspiraba en voz baja y se maldecía entre dientes a los Gobiernos de turno. En Madrid la calle hierve en variopintas y a veces contradictorias manifestaciones de lo divino y de lo humano. La calle ya no es suya, hoy ningún ministro del Interior osaría repetir la baladronada de Fraga, aunque en ocasiones señaladas, con brechas y hematomas, las fuerzas del orden público sigan ejerciendo con más contundencia que acierto su derecho, adquirido por siglos de malas costumbres, a tomar las calles y convertirlas en campos de batalla.

Las calles de Madrid aún no están privatizadas; eso sí, están colonizadas por la publicidad

Las calles de Madrid aún no están privatizadas; eso sí, están colonizadas por la publicidad y tatuadas con líneas de diversos colores que marcan las fronteras de la propiedad municipal cuya voracidad recaudatoria se multiplica estos días con las más diversas coartadas, incluida la ecológica. En las calles de Madrid se escuchan voces airadas contra las diversas privatizaciones que en educación y sanidad lleva a cabo, con mayor o menos solapamiento, la Comunidad, y la Puerta del Sol convoca de nuevo a los manifestantes como en sus mejores y peores tiempos. "Ojalá vivas en un siglo interesante", reza una maldición china.

La tarde-noche del 26 de marzo, una manifestación reducida y bulliciosa rondaba la Puerta del Sol, representando, en laico y festivo vía crucis, la tragicómica Pasión de Max Estrella, el cristo que encarnó en Luces de Bohemia don Ramón María del Valle-Inclán. La duodécima edición de la Noche de Max Estrella celebraba su procesión profana y conmemoraba para redondear la efemérides el primer centenario de la muerte de Alejandro Sawa, eximio escritor y extravagante ciudadano, primero entre la aristocracia bohemia, que murió ebrio de gloria y aguardiente y saciado de miseria y dolor. Sawa es Max Estrella, como lo es también el propio Valle-Inclán, que se salvó, por los pelos de su barba de chivo, de un destino tan trágico: "Tuvo el final de un rey de tragedia: loco, ciego y furioso", escribió Valle-Inclán a Rubén Darío tras el entierro de Sawa. En la misma carta, unas líneas antes, Valle incluye, entre los motivos que precipitaron su trágico final, la retirada de una colaboración de 60 pesetas que mantenía en El Liberal. Un viento frío sopla sobre las nucas de algunos periodistas apuntados a la cofradía Escribir en España es llorar. El segundo centenario del nacimiento de Larra lo recordará la esperpéntica comitiva frente a la casa del suicida en la calle de Santa Clara.

La carcajada poderosa y siniestra de Max Estrella resuena más esperpéntica que nunca en estos días aciagos. En el vestíbulo de la antigua Casa de Gobernación, sede actual de la Comunidad de Madrid, actores del Teatro del Temple, que vienen jalonando el vía crucis con la escenificación de escenas de la obra valleinclanesca, representan el encuentro de Max Estrella, detenido por borracho y alborotador, con Mateo, el obrero anarquista condenado a muerte, por el tribunal, o por la recién establecida ley de fugas. En las últimas palabras del amargo diálogo de presos, el esperpento se despoja de sus galas cómicas: "Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa prensa canalla?... Lo que le manden... ¿Está usted llorando?... De impotencia y de rabia. Abracémonos, hermano".

No se incluye, por razones técnicas, la escena que transcurre después, varias plantas por encima de los calabozos, cuando Max irrumpe, para pedir explicaciones por su encierro, en el despacho de Su Excelencia, el Ministro. Quizás Su Excelencia de hoy, Esperanza Aguirre, no hubiera cedido de buen grado su despacho para un diálogo semejante. El Ministro, "un amigo de los tiempos heroicos" del protagonista, acabará ofreciendo un sueldo a cuenta de los fondos reservados a su antiguo colega en apuros y metiéndole unos billetes en el bolsillo: "Lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de reptiles".

Los espejos, cóncavos y convexos, del callejón del Gato donde la tragedia española se deforma en esperpento devuelven hoy un reflejo más realista. O quizás sea que, como a Max Estrella, nos empiezan a fallar los ojos a la vista de tanto esperpento que usurpa el lugar de la realidad.

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