_
_
_
_
Reportaje:OPINIÓN

Europa, la gran ausente del G-20

La división y los conflictos de intereses entre los países europeos puede provocar la pérdida de protagonismo de la Unión en la cumbre que se celebrará la próxima semana en Londres

Timothy Garton Ash

Cuando el presidente Barack Obama llegue a Londres la semana que viene, encontrará que falta una gran potencia en la mesa de la cumbre mundial: Europa. Cinco de los veinte líderes presentes en la reunión del G-20 serán europeos, en representación de Francia, Alemania, el Reino Unido, Italia y la UE, pero el todo será menos que la suma de sus partes. Habrá muchos europeos, pero no habrá Europa.

El primer ministro británico, Gordon Brown, ha dicho en el Parlamento Europeo esta semana que Europa está "en una posición única para dirigir el mundo" ante los retos de la globalización. Puede que se encuentre en esa posición, pero, de momento, está fracasando de manera espectacular a la hora de aprovecharla. La reacción de Europa ante la mayor crisis financiera y económica desde que comenzó el proceso de integración europea, hace más de 50 años, ha sido débil y dividida.

El presidente Obama está predispuesto por ideología a trabajar con una Unión Europea más fuerte y unida
Ni los estadounidenses ni los chinos consideran que Europa sea un socio único y coherente

Tanto China como Estados Unidos han puesto en marcha inmensos paquetes de estímulos fiscales. En cambio, Europa, hasta ahora, no ha aportado más que una miseria. El economista francés Nicolas Baverez calculó hace poco que el total de los paquetes europeos de estímulos asciende aproximadamente al 1,5% del producto interior bruto, frente al 12% de Estados Unidos. Mientras tanto, los europeos se han dedicado a otras dos actividades típicas de ellos: pelearse por ver quién recibe qué céntimo y criticar a los estadounidenses.

Por ejemplo, el economista Christoph Schmidt, uno de los cinco sabios que ofrecen consejo económico al Gobierno alemán, se queja amargamente de que Estados Unidos haya decidido imprimir más dinero, porque con ello aumenta su deuda nacional y corre el riesgo de tener inflación en el futuro. Tiene razón, pero, al mismo tiempo, Alemania está esperando otra vez a que los consumidores norteamericanos gasten ese dinero y saquen a su sector exportador del bache en el que se encuentra. Es un caso de morder la mano que te da de comer.

La solidaridad de Europa ni siquiera alcanza a otros europeos. La semana pasada, los Gobiernos de la UE seguían peleándose en Bruselas por el reparto de un diminuto fondo de 5.000 millones de euros para infraestructuras. Francia no es el único país que ha aprobado medidas nacionales selectivas de estímulo que, en la práctica, anulan las normas de la competencia en el mercado único europeo. Y en cuanto a los primos pobres de Europa del Este, que se las arreglen como puedan, aunque los europeos occidentales se prestan a interceder ante el FMI para pedir que les ofrezca algo más.

El viaje europeo de Obama, que continuará con la cumbre de la OTAN y el encuentro UE-Estados Unidos en Praga, va a abordar asimismo la política exterior y de seguridad. Aquí, Europa tiene todavía más desunión. La verdad es que los europeos han empezado a ponerse de acuerdo en los tratos diplomáticos con Irán, aunque todavía está por ver si esa unidad europea podría resistir una petición por parte de Estados Unidos de más sanciones económicas contra Teherán. En casi todos los demás aspectos de la agenda de Obama -Afganistán, Pakistán, relaciones con Rusia y China, proliferación nuclear-, Europa no existe. Hay países europeos individuales.

A diferencia de lo que pasaba con George W. Bush al principio de su primer mandato, el presidente Obama está predispuesto, por ideología y por pragmatismo, a trabajar con una Europa más fuerte y unida. Pero ni siquiera él puede trabajar con algo que no existe.

En retrospectiva, empieza a dar la impresión de que Europa lleva casi 10 años sin lograr aclararse las ideas. Una década que comenzó con unos planes ambiciosos de constitución europea termina con un Tratado de Lisboa, mucho más modesto, cuyo destino depende de un intento dudosamente democrático de convencer a los irlandeses para que conviertan su no en un sí. Si hubiéramos dedicado la mitad del tiempo que desperdiciamos en ese debate constitucional a coordinar mejor nuestras actuaciones de acuerdo con los tratados existentes, hoy estaríamos en mejor posición. Europa habla mucho, pero hace poco.

Todos los Estados miembros de la UE tienen cierta responsabilidad por este caos, como también la tienen los dirigentes institucionales de Bruselas. Pero sus tres mayores miembros son especialmente responsables. El "no" de Francia fue el que mató el tratado constitucional original. El Gobierno del nuevo laborismo británico llegó al poder en 1997 con la promesa de una nueva era en las relaciones de este país con Europa. Por el contrario, el Reino Unido ha vuelto a lo de siempre y prefiere seguir siendo el segundón de Washington que asumir su puesto en la primera fila de la orquesta europea.

El primer ministro británico dijo el otro día en el Parlamento Europeo que el Reino Unido "no se ve como una isla separada de Europa, sino como un país en el centro de Europa". Eso lo dirá él. No creo que ésa sea la opinión de la mayoría de los británicos. Es más, inspirado por Brown, invito a alguno de nuestros encuestadores a que pregunten a una muestra representativa de la población británica precisamente eso: "¿Ve usted al Reino Unido como un país en el centro de Europa?". Y aunque fuera verdad que el Reino Unido tiene esa imagen de sí mismo, ésa no es la imagen que tienen de nosotros ni en Europa ni más allá. El compromiso europeo de los británicos se reducirá todavía más con los conservadores, si es que ganan las próximas elecciones. Y sin el Reino Unido no puede haber política exterior europea seria.

Ahora bien, el mayor cambio se ha producido en Alemania. Hace 10 años, Helmut Kohl acababa de abandonar su cargo de canciller. Alemania seguía siendo el gran país europeo más entregado a la unificación europea. Sin embargo, había voces, tanto en la derecha como en la izquierda, que sugerían que el país debía salir de la oscuridad y convertirse en un país "normal"; es decir, como Francia y el Reino Unido. Diez años después, esas voces han triunfado. Hoy, la república de Berlín no tiene reparos en poner sus intereses nacionales inmediatos por delante de todo lo demás.

Tal vez no sea lo que prefiere Angela Merkel personalmente. Sin embargo, en un año de elecciones, la rivalidad por los votos es intensa y no serán los políticos que sugieran sacrificar un solo puesto de trabajo, euro o soldado alemán en beneficio de un interés más general, europeo y occidental, quienes triunfen. "¡Cómo!, ¿que paguemos para rescatarles?", gritan demagógicamente los aliados de Merkel en la Unión Social Cristiana, en plena lucha por su supervivencia política en Baviera. Y a los socialdemócratas, con el reto populista que les plantea un partido que se denomina a sí mismo La Izquierda, no les va mucho mejor.

No es nada nuevo que Francia y el Reino Unido se comporten como Francia y el Reino Unido. Plus ça change, plus c'est la meme chose. Lo nuevo es que Alemania se comporte como Francia y el Reino Unido.

En esta circunstancia, el G-20 parece tener cada vez más aceptación como nuevo marco institucional de actuación colectiva mundial, al menos en la política financiera y económica, pero no es más que eso: un marco. Para que esos marcos funcionen, siempre hace falta, entre bastidores, una coalición estratégica de grandes actores. Y cada vez más, tanto en Pekín como en Washington, se oye hablar de un "G-2" dentro del G-20. Es decir, Estados Unidos y China, a pesar de que es la UE, y no China, la que tiene una economía de la dimensión de la de Estados Unidos. La coalición estratégica, sobre todo en política económica, debería ser un G-3. Pero ¿dónde está Europa?

Si Europa se resiste a desempeñar un papel que aún está a su alcance y que tanto Estados Unidos como China, en conjunto, quieren todavía que desempeñe, no es por una decisión consciente. Pero no decidir también es una decisión. Si seguimos como estamos, los europeos habremos tomado la decisión de no estar juntos, y acabaremos separados. -

www.timothygartonash.com. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Los líderes de la Unión Europea, en Bruselas, en la cumbre de marzo de 2008.
Los líderes de la Unión Europea, en Bruselas, en la cumbre de marzo de 2008.EFE

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_