El teatro
El teatro está enorme. Una actividad artística que siempre tuvo fama de vivir en la penuria crónica atraviesa en plena crisis económica el momento más dulce que se recuerda. Ha pasado de la mala salud de hierro a un estado de forma tan pletórico que asombra a los más optimistas. Iniciativas como la Noche de los Teatros que montó ayer la Comunidad de Madrid siempre refuerzan esta inercia positiva, pero no es el estímulo de las Administraciones públicas el que ha obrado tal prodigio cultural: aquí está ocurriendo algo importante que merece la pena observar.
En Madrid, la oferta es formidable, nunca ha habido tantas salas ni tantas representaciones y casi todas logran triunfar en las taquillas. Hay, incluso, algún teatro que programa dos obras diarias y algunos montajes han terminado la temporada vendiendo hasta la última butaca de la última función. Una bonanza que contrasta con el bajón que viene experimentando el cine y, en los últimos meses, los musicales.
La oferta es formidable, nunca ha habido tantas salas ni tantas representaciones
El año pasado era difícil pillar una entrada para ver un musical de campanillas, de no hacerlo con mucha antelación, mientras ahora se puede conseguir 10 minutos antes. Tengo la impresión de que el sector ha abusado del género programando espectáculos menos cuidados de los que le dieron esplendor años atrás. Además, los precios son altos y la mitad de las butacas son adquiridas por los turistas, lo que le hace extremadamente sensible a la caída de visitantes.
Sería una pena que no supieran diagnosticar bien las deficiencias para reconducir a tiempo esa trayectoria. La depresión experimentada en las salas cinematográficas viene, en cambio, de más lejos y empieza a ser más que preocupante. Seguro que habrá motivos que lo justifiquen, pero no logro entender cómo puede costar tan cara la butaca en un sistema de multisalas que reduce el personal de mantenimiento a la mínima expresión. Y, según cuentan, sólo ganan con los refrescos y las palomitas, que las cobran a precios abusivos.
En los teatros, en cambio, ni se masca chicle y, lejos de haberlo sentido, parece beneficiarse como alternativa de ocio urbano para aquellos madrileños que ante la actual coyuntura económica deciden quedarse en Madrid y no salir de fin de semana. Es decir, si no pueden gastar en gasolina y hoteles por ahí fuera, se dan al menos un homenaje en casa. Un homenaje que casi nunca defrauda porque, además de mucho, hay muy buen teatro que ver. Y el motivo principal de esta exhibición de calidad en los títulos y los montajes hay que buscarlo principalmente en la irrupción en las tablas de lo más granado de las figuras del cine y la televisión. Es como si los mejores artistas de la escena tuvieran la necesidad de ratificar su prestigio profesional mostrando en el teatro lo que saben hacer sin trampa ni cartón. Puede incluso que algunos buenos actores hayan encontrado en el teatro la forma de diferenciarse de esos membrillos que consiguen fama y notoriedad sin mayor mérito. Es verdad que el escenario teatral constituye la prueba del algodón para el actor, el lugar donde no hay lágrimas si no se llora, ni emoción si no se emociona. Y ese punto de veracidad que lleva a los notables al teatro también contribuye generosamente a llenar sus butacas de público.
Parece haber un cierto hartazgo de realidad virtual. Hay un público creciente que demanda proximidad, contacto y autenticidad. Quiere ver el esfuerzo del actor, sentir de cerca la pasión que le pone al personaje y el riesgo que corre en las tablas. Es un público exigente pero agradecido, porque está saturado de tanta ficción demasiado ficticia. Puede además que la crisis ayude a llenar los teatros de quienes buscan un punto de evasión que no les degrade ni envilezca. La comedia es sin duda la reina de la cartelera y encontrar alivio en el humor inteligente siempre fue buena terapia contra la depresión. En este Madrid atenazado por el paro y la recesión, en esta región abochornada por la corrupción y la bronca política, en este aciago reino de mediocres y cantamañanas, el teatro aparece como un buen refugio para el talento y la higiene mental. Del teatro casi siempre sales con la sensación de ser un poco mejor de como entraste y casi nunca con la de haber tirado el dinero. Así que: ¡Arriba el telón!
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