Intransigencia
Nací mujer, y por ese azar genético, como casi todas las mujeres que conozco, he reflexionado sobre mi género, mi sexualidad, mi cuerpo, mi aspecto, mi fuerza y mis limitaciones, mucho más que cualquier hombre de mi edad. En el fondo, es una ventaja, me dijo una vez Carmen Martín Gaite, porque todo lo que sirva para pensar más, es bueno. Tenía razón, aunque yo sigo envidiando la libertad de movimientos de los hombres, mientras les veo correr sin pararse a dudar cada dos por tres de sus propias piernas.
Podría contar por dudas los años de mi juventud. Los de mi madurez, no por certezas, porque no tengo tantas, pero sí unas pocas, y ahí va una. Si asumimos que la ley es la norma suprema de convivencia, y que su ignorancia no exime de su cumplimiento, sea cual sea la naturaleza del delito, ¿por qué seguimos aceptando que se invoquen términos tan prestigiosos como "cultura" o "religión" para amparar conductas delictivas cuya víctima casi siempre es una mujer?
Destrozarle la vida a una niña es un delito mucho más grave que atracar un banco, robar un coche o, incluso, cambiarlo por un favor. Porque Selamha, la adolescente de Puerto Real a quien sus padres casaron a la fuerza, y a los 14 años, con un hombre de más de 40, para obligarla a acostarse con él si no quería que la lapidaran, en España ni siquiera es una mujer. Es menor de edad, la ley la protege como tal, lo que han hecho con ella es un delito, un juez lo ha condenado, y punto final. Resulta irrelevante que sus padres, mauritanos, lo ignoraran, y más irrelevantes aún son sus opiniones. Este asunto no debería haber sido noticia ni, mucho menos, generar discusión. Todavía habrá alguien que encuentre mi postura intransigente, pero no lo voy a discutir, porque para eso he pensado tanto, durante tantos años. Para correr sin dudar de mis piernas. Igual que los hombres.
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