Fashionista por convicción
Durante un tiempo voy a estar bastante ocupado. Prefiero advertirlo porque en las próximas semanas quizás se resienta el relleno de estos sillones que cada sábado pongo a disposición de mis improbables lectores. Estoy seguro de que, si alguien los sigue, comprenderá mis razones: he decidido presentarme al Premio Nacional de Diseño de Moda que ha convocado el Ministerio de Cultura, y necesito volcarme de lleno en mi proyecto. La verdad es que la sociedad venía demandando un galardón que reconociera la calidad de modistas cuyas creaciones se distingan por su "innovación y aportación a la vida cultural". En este sentido, mi admirado ministro CAM (no confundir con las siglas del Centro Andaluz de Metrología, creado como ayuda a las empresas "en la realización de tareas metrológicas en general") ha sabido conectar con la sensibilidad de los ciudadanos. No ignoro que me será difícil competir con diseñadores de acreditada solvencia en las pasarelas, pero compensaré mi bisoñez con entusiasmo, humildad y dedicación. Y con la inspiración que me proporciona la obra inmarcesible de Varvara Stepánova (1894-1958), la genial diseñadora bolchevique cuyos uniformes para proletarios, de haber sido adoptados, podrían haber torpedeado la deriva termidoriana emprendida por Stalin -tan poco aseado en su vestimenta, por cierto- y haber contribuido grandemente a la felicidad del hombre nuevo. La he recordado estos días, mientras leía algunas de las 52 interesantísimas misivas que su compañero, Alexandr Ródchenko, le escribió en 1925 desde la capital francesa -donde participaba en el diseño del Club Obrero para un Pabellón de la URSS- y que están recogidas en el muy recomendable Cartas de París (La Fábrica). Volviendo a mi proyecto: me inspiraré en los diseños de la genial lituana, pero no utilizaré como materia prima damascos o tafetanes, bengalinas o popelines, terciopelos o moarés, rasolisos o sedas, sino papel, sólo papel. Y no cualquiera, sino uno ya ennoblecido por la imprenta: el utilizado, en definitiva, para la revista ministerial Luces de Cultura, esa que a nadie ilumina porque nadie la lee. Mis revolucionarios atuendos proletarios irán diseñados en ese papel (que reciclaré de la maculatura o rescataré de ignotos almacenes) como símbolo y cifra de la alianza del trabajo y de la cultura. Ya tengo algunos patrones listos para entregar en el taller donde elaborarán los prototipos definitivos: vestidos epicenos para hombre y mujer, gorras, guantes, ropa interior. Todos ellos estampados con los textos e ilustraciones con que fueron impresos. Si obtengo el premio, lo que es altamente probable (noto una cálida corriente de simpatía desde ese Ministerio), pienso rogarles a los directores generales que accedan a desfilar con ellos puestos el día de mi presentación en sociedad como modista. Al fin y al cabo, sospecho que, originalmente, los 350.000 euros que -según alguna fuente publicada- cuestan las seis entregas anuales de esa publicación fueron detraídos de los presupuestos de sus respectivas Direcciones. Menos mal que andan sobradas de dinero y que en este país se nos sale la cultura por las orejas, como si fuera cerumen.
Mis revolucionarios atuendos proletarios irán diseñados en papel como símbolo y cifra de la alianza del trabajo y de la cultura
Guerra
Dedico unos días -y medio cuaderno de notas- al estudio de algunos (pocos, aún) de los artículos incluidos en Economía y economistas españoles en la Guerra Civil, la imprescindible compilación dirigida por Enrique Fuentes Quintana (1924-2007) y coordinada por Francisco Comín Comín que ha publicado Galaxia Gutenberg en coedición con la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Leo con provecho, por ejemplo, el artículo de Mainer ('La catástrofe cultural de la guerra y la posguerra'), no sin antes volver a escuchar, para ambientarme, el ominoso parte del 1 de abril de 1939 ("cautivo y desarmado
...") en la voz pomposamente tronitosa de Fernando Fernández de Córdoba (pueden escucharlo en Internet; si son tan jóvenes que no se hacen idea de lo que fue la Dictadura se lo recomiendo). No es que el maestro zaragozano explique en su contribución muchas cosas que no hubiera dicho antes en su ya torrencial bibliografía, pero su texto tiene la virtud de recordar, catalogar y poner en relación algunos de los hechos y circunstancias imprescindibles para comprender aquella cultura de la represión franquista que, por su parte, tan bien caracterizó Michael Richards en Un tiempo de silencio (Crítica, 1999). Con los dos volúmenes de esta obra monumental (2.000 páginas) de Quintana y Comín -en la que ha colaborado una cuarentena de economistas, historiadores y otros científicos sociales españoles de primerísima fila- se perfila considerablemente el estado de la cuestión en torno a los orígenes, el desarrollo y las consecuencias de la Guerra Civil, especialmente (pero no sólo) en lo que se refiere a sus aspectos económicos.
Incontinencia
Lo de viajar (barato) se está poniendo estupendo. Si se lleva a cabo el proyecto de la compañía Ryanair de cobrar una libra (1,10 euros) a los viajeros cada vez que utilicen los servicios durante sus vuelos, la incontinencia urinaria va a salirle a uno por un Congo. Los más resignados ya piensan en abstenerse de cerveza desde tres días antes de ponerse en viaje. A mí me perdonarán, pero me siento más partidario del pequeño sabotaje y la desobediencia civil. Cuando en un vuelo europeo de Iberia la aeromoza me negó un vaso (gratuito) de agua le repliqué que lo necesitaba para tragarme una medicina indispensable para mi (imaginaria, por ahora) dolencia hepática, y que si, por no proporcionármelo, algo me ocurriese, haría responsable a la compañía. Nunca he visto tanta solicitud: sólo cuando me bebí el líquido que me trajo en un santiamén (y fingí tragarme la píldora) noté que los colores regresaban al rostro de la antes reticente empleada. De manera que, ante el posible (nuevo) abuso de la compañía irlandesa (que ya le carga 30 libras si sus compras de duty free no le caben en la única pieza permitida de equipaje de mano), recomiendo el consumo masivo de diuréticos y la negativa a introducir dinero en la ranura que permitiría el acceso a los diminutos toilets de abordo. Si uno micciona, que lo haga en el precario suelo de la cabina: sé que es un poco molesto, pero qué me dicen de la satisfacción moral de humillar al prepotente (David contra Goliat). Y, además, ya puestos, podríamos viajar provistos de dodotis. Y no quiero prolongar las escatologías, pero si la pulsión de aliviarse sobreviniera a causa de urgencias más sólidas, no claudiquen: utilicen discretamente la bolsa para vómitos y lancen luego el paquete por la aeronave. Quién sabe si entre los siguientes proyectos de los cicateros, rapaces ejecutivos de Ryanair está el de cobrar a los viajeros una tasa de lectura. Y la verdad, que me cobren por leer una novela negra escandinava (¿se han fijado en la nueva invasión?: se diría que cada nórdico lleva dentro un Per Wahlöö o una Maj Sjöwall, por citar al inolvidable matrimonio de escritores) sería mucho peor que el proyectado impuesto sobre la vejiga. -
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