Desesperación
Tal vez pertenezca a la leyenda pero merecería ser verdad. Posee el aroma de aquella frase memorable que pronunciaba el pragmático y sardónico inspector Harry Callaghan al percibir las hamletianas dudas del gánster herido al que acaba de trincar entre pillar la pistola o aceptar su derrota. Los ojos peligrosamente achicados de Eastwood y su descreída sonrisa le decían a su presa: "Intenta cogerla. Alégrame el día". Aquella secuencia pertenecía a la ficción. Ésta es auténtica. Ocurrió hace un montón de años en el asalto de la policía a una guarida de ETA. El aguerrido jefe de los gudaris estaba en la cama y su revólver cerca. El policía que le detenía, alguien iracundamente familiarizado con la sangre derramada de los enemigos de Euskal Herria, le aseguró al encañonado que nada le gustaría más que se lo montara de valiente. Éste le contestó: "Soy etarra, no gilipollas".
Aseguraba el fatalista, sombrío y letal William Munny en Sin perdón: "Cuando matas a alguien, le quitas no sólo lo que tiene, sino lo que podría llegar a tener". ETA ha desposeído de presente y futuro a cerca de mil personas, casi siempre sin motivos personales (ignoro qué ofensa le habían causado a los oprimidos aquellos que tuvieron la idea de ir a Hipercor aquel maldito día), fríamente, con lógica guerrera. Y se supone que también ha convertido en muertos vivientes a muchas de las personas que les querían. Y alucinas de que ninguno se vengara, que se resignaran, que quedaran paralizados por el dolor, por el terror, por la pérdida, por la tristeza, por vaya usted a saber qué traumas.
Al hombre del mazo le quemaron su casa, ese techo en el que intentas alcanzar la plenitud con los tuyos, o el refugio de la soledad, donde te rodeas de tus recuerdos más entrañables y de las cosas que amas. Y este ciudadano sin características violentas rompe el tabú. Avanza en soledad y con un mazo a la guarida de los que sólo se sienten valientes cuando van en cuadrilla. Y estalla el ruido y la furia del que ya no puede soportar más el intolerable y ancestral estado de las cosas. Y es mentira el solidario lema "Todos somos Emilio G.". Si así fuera, ETA conocería el asfixiante y permanente sabor del miedo. El que llevan provocando desde hace 40 años en los demás.
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