En crisis permanente
La crisis de Sidegasa comenzó con su nacimiento y se prolongó durante los ocho años que mantuvo actividad. Se constituyó en 1979 al amparo de una iniciativa estatal. Entre sus socios fundadores estaban el Banco Pastor, Caixa Galicia, Sodiga, Fenosa, Emesa y Megasa. En marzo de 1981, menos de un año después de la puesta en marcha de las instalaciones completas, la firma presentó una suspensión de pagos que no se resolvería hasta 1985. En 1986, la compañía se convirtió en la segunda de Galicia por volumen de ingresos, con 11.000 millones de pesetas de entonces, 66 millones de euros. El exiguo capital inicial, cerca de 250 millones de pesetas, fue uno de los factores de su debilidad.
En su día esperanza de industrialización para toda Galicia, la sociedad todavía daba en abril de 1998 los pasos para su disolución definitiva, vendidos ya sus equipos a Malasia. En su último balance presentado en el Registro Mercantil aún se recogía un pasivo superior a los dos millones de euros, con un saldo de acreedores de casi seis millones.
Sus últimos administradores fueron ejecutivos de Celsa. La siderúrgica catalana se hizo en 1981 con el control de la sociedad por el simbólico precio de una peseta y desde entonces comenzó a preparar su desmantelamiento, vendiendo sus equipos a terceros países, acería incluida. El sacrificio de Sidegasa también conllevó el cobro de indemnizaciones comunitarias: 100 euros por cada tonelada que dejara de producir. Xosé Castro, desde UGT y ahora preocupado por el ERE de Emesa Trefilería, todavía se pregunta si aquello era oro o acero.
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