El pop académico de Jeremy Jay abrió el Sinsal
Disecado como está el discurso pop, chirriaba un poco la publicidad con la que desembarcó en Santiago el californiano Jeremy Jay, ungido de repente como un Byron del pop. Con A place where we could go (2008) bendecido en los destaques del último pop independiente, y Slow dance a punto de salir, el joven apadrinado por Calvin Johnson, factótum del sello indie K Records, propone otra lectura de primicias del viejo pop romántico.
Con batería, bajo, guitarra y sintetizadores, la banda de Jay hubo de ceñirse al salón de butacas del Salón Teatro, lleno el domingo para celebrar la apertura compostelana del esperado, como cada año, Festival Sinsal. No fue una "epifanía memorable", como avisaba la propaganda, porque de ésas hay pocas -incluyendo conciertos de Jonathan Richman-, pero sí una forma de calibrar los registros de Jeremy Jay, de 25 años, en un escenario con limitadas posibilidades escénicas. Así, temas como Heavenly creatures o Beautiful rebel, como un homenaje candoroso a Bowie y a la potencia adolescente, se alternaron con diálogos de sintetizador propios de la nueva ola, versión Ultravox.
Indefinición
Aun con el público condenado a mover la cabeza, Jay coordinó palmas y justificó esa pose "sofisticadamente retro" que se le atribuye. En esa indefinición, a falta de cicatrices, reside su principal encanto como artista pop. Con la crítica ocupada en buscar rastros de pureza que legitimen cada nueva propuesta, o abandonada al hype de justificar iconos según el diámetro de las caderas, la banda de Jay -alto, rubio y vestido como un moderno francés de los 80- cubre ambas exigencias. Tanto calcan a los Go-Betweens como imitan la atmósfera guitarrera shoegazer. Se ha dejado emparentar con Buddy Holly -la producción artesanal es marca en K Records-, y a veces coge la guitarra como el autor de Peggy Sue, pero también se marca el paso de la oca con la guitarra en las rodillas y le sale el yeah de Brett Anderson cuando querría evocar a Morrissey.
Reducida a un teatro, la banda de Jay no pudo exprimir del todo las múltiples resonancias de su "pop cinematográfico". Al menos en términos de actitud. Como si Jay, amante declarado de la nouvelle vague, The Goonies y los romances felices, en general, no hubiera terminado de decidirse entre la pena y la nada.
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