Novela de cine negro
Frenética, escrita a modo de puzle trenzando los monólogos de sus excitados personajes hasta construir una historia en torno a la violencia y la pérdida emocional que se lee en tiempo real, Paz Soldán (Cochabamba, 1967) publica por vez primera una novela que no se sitúa en su Bolivia natal sino en Estados Unidos, cuya sociedad convulsa y psicológicamente desequilibrada conoce bien porque ha vivido en California y reside ahora en Ithaca, Nueva York. Los pompones ensangrentados de la cheerleader de la cubierta de Los vivos y los muertos ya revelan el cariz de denuncia sociológica de una novela cuyo título, y no del todo en vano, parece guiñarle un ojo a Los desnudos y los muertos de Mailer, y que por encima de todo pretende ser una radiografía de la psicopatología de la violencia en la vida cotidiana en Estados Unidos, un análisis coral de la violencia y la paranoia que inundan nuestra sociedad consumista, tecnócrata, hipócrita y estresada, reflejada aquí en un espejo quebrado en una treintena de fragmentos en forma de monólogos interiores que parecen arrancados de diarios personales imaginarios, a la manera de ese modelo de contrapunto y de ensamblaje de puntos de vista que es Mientras agonizo de Faulkner.
Los vivos y los muertos
Edmundo Paz Soldán
Alfaguara. Madrid, 2008
206 páginas. 15,50 euros
De acuerdo con la nota que figura al final del volumen, Paz Soldán traslada a Madison su ficción basada en el drama real, del que tuvo conocimiento por un dossier de crónicas periodísticas, vivido por un pueblo del Estado de Nueva York a mediados de los noventa cuando un tipo, en apariencia corriente, asesinó a varios adolescentes de la comunidad, que en la novela son chicos como Yandira y Hannah, que se reúnen en Starbucks cuando no escuchan música de Christina Aguilera o Bono en sus iPods, juegan a la Play, comen helados Ben & Jerry's, chatean, escriben blogs y se envían mensajes de móvil con emoticonos, viven sus experiencias amorosas sacadas del guión de una teleserie de moda o intercambian intimidad en MySpace o en Facebook. Están todos los tópicos de la modernidad juntos, pero no expuestos, sino en funcionamiento.
Paz Soldán forma parte de una nueva narrativa latinoamericana que reproduce en sus páginas la influencia de los mass media y de las nuevas tecnologías en un marco urbano significativo, y Los vivos y los muertos contribuye a esta línea temática, esta vez en Estados Unidos, estudiando los miedos y la psicosis de una población expuesta desde la televisión (Anatomía de Grey, Héroes) y otros espacios virtuales que crean imaginario a soledades anímicas, abandonos conyugales y complejas dependencias como las de Webb, el perturbado que cree no estarlo a pesar de ser un asesino, o las de Amanda o Rhonda, chicas que el azar no quiso que murieran aquella noche junto a Hannah o Yandira. Es espléndido el angustiado monólogo interior de Hannah en las páginas 89-90, sumamente faulkneriano, como los del niño Junior, trufados de repeticiones y de candidez infantil, los de Amanda, enamorada (de las fotos) de Colin Farrell y superviviente de su propia adolescencia, o como los de Webb, que unen el lirismo de emociones, olores y colores durante su violación de Hannah con la banalidad de los chistes que cuenta y la sordidez de su vida doméstica.
Una increíble sensación de inmediatez anega esta última e inspirada novela de Paz Soldán, que el lector vive más que lee. Fragmentaria, acelerada y hodiernista, Los vivos y los muertos representa un nuevo realismo narrativo, tiene mucho de relato basado en el cine de género, disfruta jugando a la novela policiaca y, seguramente, encarna también un modo de hacer novela que puede resultar hegemónico en poco tiempo.
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