Más medidas
El mes de enero ha vuelto a poner de manifiesto la trepidante velocidad a la que se está produciendo el deterioro del ciclo económico, y con ello, la revisión a la baja de las estimaciones de crecimiento no ya sólo para 2009, sino también para 2010. Como consecuencia, continúan sucediéndose las decisiones de relajación de las condiciones monetarias por parte de los bancos centrales, así como las políticas de estímulo fiscal de los Gobiernos.
Sin embargo, el elemento clave sigue siendo la situación del sector financiero y su capacidad para reactivar los flujos de crédito, que, lejos de recuperarse, continúan mostrado tasas de crecimiento muy reducidas (cuando no negativas) en la mayor parte de los países de la OCDE. A pesar de las medidas adoptadas por los distintos Gobiernos para evitarlo, al menos dos factores explican esta evolución.
En primer lugar, como consecuencia de las elevadas primas de riesgo y de la incertidumbre aún existente en el sistema, el coste de la liquidez captada por las entidades financieras europeas, incluso con aval público, se sitúa entre un 1,5% y un 2% por encima del tipo libre de riesgo a los plazos correspondientes. Por tanto, si se trasladara la totalidad de este coste a los prestatarios finalistas, es de prever que la demanda de crédito sea bastante más reducida.
Adicionalmente, la existencia de un volumen relevante de activos dañados en los balances de la banca mundial sigue generando incertidumbre y desconfianza, impidiendo que el crédito fluya, incluso entre las entidades financieras. Si en un primer momento se consideró que las ayudas dirigidas a reestructurar y recapitalizar la parte del sector bancario más dañada podría reanimar la concesión de crédito al resto de la economía, el deterioro del ciclo sigue siendo un escollo relevante. El problema procede de las negativas expectativas cíclicas para los próximos trimestres y el consiguiente impacto que tenga en la caída del valor de los activos -principalmente inmobiliarios- y en la morosidad, con la inevitable repercusión en los resultados y, en el extremo, en las bases de capital.
En dicho escenario sólo queda retomar -como indicaban recientemente tanto el FMI como la nueva Administración de EE UU- la idea de constituir un banco de activos malos que permita sacar de los balances bancarios todos los activos cuya incierta evolución está minando la confianza en el sistema, o dar una garantía explícita a los mismos. Todas las crisis bancarias anteriores, y desde luego ésta no es ajena, ponen de manifiesto que para que haya una reactivación paulatina y ordenada del crédito es necesaria la limpieza de los balances, que deberá aplicarse junto al proceso de capitalización ya emprendido. Esta decisión requiere el diseño de un esquema que permita generar los incentivos adecuados. La celeridad en su aplicación resulta clave, debido a que cuanto más se demore, mayor será la necesidad de dinero público para el rescate, mayores las emisiones de deuda pública, más elevado el coste de financiación tanto público como privado y más lenta la recuperación de las economías. -
Alfonso García Mora y Daniel Suárez son profesores de la Escuela de Finanzas Aplicadas (AFI).
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