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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | NBA
Columna
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El dictador Nowitzki

Como puede que hayan oído, la semana pasada ocurrió algo importante en Estados Unidos. Era un acontecimiento que la gente llevaba esperando mucho tiempo. A causa de este acontecimiento, ha habido muchas celebraciones y la esperanza vuelve a imperar en Estados Unidos. Estoy hablando, cómo no, del hecho de que mi compañía de televisión por satélite me concediera acceso a todos los partidos de la NBA que se jugaron la semana pasada.

¡Ah! Además, un tipo negro asumió el cargo de presidente. Eso también salió en las noticias. Pero ¿quién se interesa por esas nimiedades? Yo estoy aquí para hablar de la NBA.

Como me dieron un acceso sin precedentes a la NBA, por fin pude ver a mis Bucks de Milwaukee en acción. Barack Obama estaría orgulloso del equipo que he adoptado: vi cómo daba una paliza a los Mavericks de Dallas haciendo gala de una abnegación que habría llenado de orgullo a los más liberales entre los izquierdistas. Ganaron por 133-99 y demostraron al mundo del baloncesto que esta nueva era de responsabilidad social ha empezado con buen pie. O, mejor dicho, se lo demostraron a un puñado de personas en Milwaukee. Pero, como se suele decir, como Milwaukee, esto... Da igual. No hay ningún dicho que hable de Milwaukee.

Mientras disfrutaba viendo los esfuerzos compartidos de los Bucks, que siempre trabajan en equipo, no pude evitar fijarme en algo que tiene que ver con los Mavericks de Dallas y su método más bien dictatorial. Su pívot, o el dictador, siguiendo con la analogía, un tal Dirk Nowitzki, es muy, pero que muy bueno.

Los que cubren la información sobre la NBA se olvidan de la constancia. Todo el mundo habla de los 15 rebotes que se apuntó Dwight Howard en el último partido o de las esperanzas de Amare Stoudemire de entrar en el All Star. Por lo visto se han olvidado de cierto gigante alemán que registra una extraordinaria media de 26 puntos y 8,5 rebotes por partido. Y, lo que es más, logra estos resultados con una constancia asombrosa. No es muy normal que Nowitzki tenga un día como Allen Iverson.

Y su equipo gana. No a mis Bucks, por supuesto, porque ellos son los elegidos (aún siguen en la octava posición en el Este: es una ascensión lenta). Nowitzki anota, gana y lo hace de una forma laboriosa que debería hacer que todo hincha del baloncesto estirase la espalda y se fijara. Por desgracia, me temo que los seguidores se están olvidando de él.

A lo peor el problema de Nowitzki es que la mayor parte de su éxito lo alcanzó durante los años de Bush. Quizás mi país esté preparado para pasar página y los jugadores que hayan tenido más de 20 puntos de media durante los años del Gran Idiota caigan en el olvido. Espero que no porque Nowitzki juega al baloncesto como se debería jugar.

Todos estamos emocionados con la era de Barack Obama. Todos queremos que el hombre tenga éxito porque, si es así, sabremos que el camino de la honradez puede funcionar. Pero no nos olvidemos de los dictadores eficientes, las estrellas individuales que triunfan un año sí y otro también, como Dirk Nowitzki, el Muammar el Gaddafi de la NBA. Puede que os olvidéis de él, pero sigue ahí, dándolo todo en cada partido. Aunque no pueda con mis Bucks (Nowitzki, no Gaddafi). Y aunque sea un recordatorio de un pasado que nos gustaría olvidar a medida que entramos en los años de Obama.

Nowitzki, en un partido con Dallas.
Nowitzki, en un partido con Dallas.REUTERS

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