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Columna
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Líderes

El cambio de actitud adoptado por los socialistas sobre el urbanismo y el agua no ha sorprendido en exceso. La necesidad de presentar una imagen de hombres responsables, capaces de gobernar algún día la Comunidad Valenciana, les obligaba a ello. Se ha aprovechado el momento de la discusión en Bruselas para no llamar la atención en exceso sobre estos puntos. Esta vez, las ideas de Ángel Luna se han tomado en cuenta y la impresión es que se están aplicando con inteligencia. Luna es un político profesional, de amplia experiencia y un elemento valioso para cualquier partido. De estos hombres acostumbra a decirse que tienen los pies en la tierra y que no fallan nunca. El único problema es que resultan un poco aburridos porque, para hacer carrera, han debido disolver su personalidad en la del partido. Tienen sentido común, pero desconfían de todo lo que les parece nuevo.

Cuando utilizamos los argumentos del contrario, corremos el riesgo de acabar pareciéndonos a él y, de este modo, confundimos a nuestros seguidores que no saben a qué carta quedarse. Ya se han escuchado algunas voces que muestran su contrariedad por este cambio de conducta de los socialistas. Hay que ser muy hábil para sortear estos peligros sin defraudar a los votantes. Si en su anhelo de apropiarse de las razones del Partido Popular, los socialistas van demasiado lejos, llegará un momento en que será difícil diferenciar un partido del otro. Si se cae en este error, nos veríamos obligados a decidir nuestro voto a cara o cruz, lo que no parece un procedimiento muy apropiado en democracia. Para distinguirse del contrario no basta con robarle sus ideas, se necesita un discurso propio y mostrarse atrevido en algún momento; de otro modo, cubrimos el expediente pero no provocamos ilusión entre los ciudadanos.

El modo tan espectacular en que se ha producido el triunfo de Obama ha hecho que volvamos a hablar de liderazgo; en los periódicos hemos leído numerosos artículos sobre el asunto durante las pasadas semanas. Hay una añoranza de líder, porque hace mucho tiempo que no aparece ninguno. Algunos quisieron verlo en Eduardo Zaplana, pero no se me ocurre nada más alejado del modelo; este hombre no aspiraba a ninguna transformación; sólo pretendía labrarse un porvenir próspero. Es difícil que surja un líder entre nosotros porque el actual sistema de partidos no lo permite, y sólo tolera las medianías. Para ascender en estas organizaciones, uno debe despojarse de su personalidad y no tener ideas avanzadas para ser aceptado por sus compañeros. De ahí ese tono gris de la política valenciana que Adela Cortina denunciaba en una entrevista reciente.

Buena parte del estancamiento que vive la Comunidad es consecuencia de la falta de líderes; sin estos, no hay renovación ya que es casi imposible que surja un pensamiento nuevo. Camps no es, evidentemente, un líder. Ignoro si tiene capacidad para serlo, pero es manifiesto que no se comporta como tal; todas sus acciones, las decisiones que toma, las tareas que emprende están dirigidas en exclusiva a mantener su dominio político. Este hombre es un calculador que no aspira a cambiar nada. Lo que distingue al líder, sobre cualquier otra cosa, es su deseo de transformar la sociedad y convertirla en algo diferente.

Para actuar de ese modo, hay que ganarse la confianza de los ciudadanos, lo que exige ser a la vez cauto y arriesgado. Cuando a lo único que se pretende es triunfar en las urnas, el elector lo advierte de inmediato. Después, uno u otro ganan o pierden porque las cosas deben seguir su curso y hay que votar, pero no se despierta entusiasmo alguno.

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