Fútbol, sólo fútbol
Sucedió en San Mamés este pasado domingo. La grada se convirtió en un torbellino de bufandas rojiblancas cuando Megía Dávila señaló el final del partido. Athletic y Valencia nos habían ofrecido un fantástico partido de fútbol que los bilbaínos consiguieron ganar en el último minuto y de penalti. La grada se rompía las manos para ovacionar a un equipo que no se había rendido nunca y a quien el aliento de su afición le había ayudado a superar todos los momentos en los que el balón era del Valencia. Los jugadores saludaban a su público y éste, siempre fiel, no hacía ningún gesto de querer abandonar el estadio. Como si lo vivido hubiera sido de una felicidad tan grande que nos resistíamos a volver a la calle, a la cercana realidad del lunes, como si, entre todos, les pidiésemos un bis a los artistas.
Llorente cerró un magnífico partido que me hizo recordar lo importante que es eso que se da en 90 minutos en el césped
En una semana en la que lo extradeportivo había sido la noticia principal, me había hecho el propósito de acercarles mi opinión sobre lo sucedido en los despachos de Chamartín cuando, para el minuto 2 de partido, Mata encontró uno de esos espacios que antes sólo veía Laudrup para dejar solo a Villa contra Iraizoz. 0-1 y la caldera de San Mamés recibía el mensaje de aumentar la presión, de insuflar todos los ánimos posibles a los suyos. Y estos respondieron como se espera de un club como el Athletic. No se crean que el Valencia se dejó amilanar por el efecto escénico sino que cada aproximación de los Villa, Morientes y compañía estaba llena de peligro. Diagonales del Valencia contra juego por banda y centro de los rojiblancos. Dos estilos, dos formas diferentes y un balón para todos. Cuando el Athletic consiguió el empate con un testarazo de Gabilondo que hubiera firmado cualquiera de los grandes cabeceadores de la historia bilbaína pareció que los jugadores, y la grada, se tomaban un respiro. Nada más lejos de la realidad ya que en un pis-pas el trío de delanteros valencianistas depositaron con precisión de cirujano la pelota en la red de Iraizoz. Otra vez a remar contra corriente, otra vez a empujar desde el grito de ánimo, otra vez 30.000 almas vascas con bufandas rojiblancas juntas en el mismo proyecto.
Por ahí apareció la figura de Villa queriendo hacer más consistente la diferencia valencianista y cada vez que el asturiano recibía el balón, la grada contenía la respiración ya que desde lejos y desde el área, por alto y por bajo, el 7 del Valencia nos mostró lo mejor de su repertorio y el público de San Mamés le despidió con una sonora ovación, correspondida por David, en una muestra de respeto a la entidad del rival.
Empató Javi Martínez otra vez de cabeza, otra vez a salida de una falta y los equipos se fueron a vestuarios como esos boxeadores que se acercan al rincón no en busca de árnica sino sólo un poco de resuello para continuar con la pelea.
Fue la segunda parte más táctica, la pelota en los pies del Valencia y la voluntad del contraataque en las piernas del Athletic. El choque exigía toda la concentración, ya que quien parpadeaba se perdía un recorte hermoso, una anticipación defensiva poderosa, un disparo peligroso. Y así, entre susto y goce, el reloj llegó al 90 y la pelota al punto de penalti del área valencianista. Llorente cerró un magnífico partido de fútbol que me hizo recordar lo importante que es eso que se da en 90 minutos en el césped. Dejemos para otro día lo de fuera de las líneas del campo.
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