El acento
En el libro de Jordi Gracia sobre Dionisio Ridruejo (Anagrama) tiene una fulgurante aparición Fernando Morán, cuando era joven, ridruejista y diplomático, y estaba en África.
Lo que distinguía a Morán entonces (y lo distinguió luego) era la ingenuidad entusiasta con la que se dedicaba a aprender. Estaba en África, se especializaba en África; iba a Londres, aprendía de los ingleses. Disimulaba su inteligencia detrás de su despiste.
Morán te podía citar para un día, y acudía el día anterior, o al siguiente. Cuando Felipe González iba a formar su primer Gobierno llamó a este periódico:
-¿Ustedes han oído si me van a hacer ministro?
Lo hicieron. Para derribarlo le inventaron de todo. No era de los nuestros, es decir, de los que marcaban entonces la ortodoxia de las cosas, en el Gobierno y fuera del Gobierno. Le resbalaron las burlas, y tuvo una resurrección ministerial tan sólida que incluso le quisieron hacer alcalde.
Un tipo formidable al que quisieron derribar con chistes.
Esto de los chistes con Magdalena Álvarez me ha recordado a Morán con la política, y aquellos chistes. Lo que dijo Montserrat Nebrera en el programa de Montse Domínguez en la Ser no fue una anécdota sino una categoría, lo que pasa es que se le escuchó de lado. Dijo lo que se viene diciendo para atacar a Magdalena Álvarez, lo que pasa es que la realidad ayuda, y de vez en cuando se producen catástrofes que están ahí; si de las catástrofes saliera un tipo hablando como Montserrat Nebrera, es decir, sin acento, vete a saber qué chiste tendrían que inventar para intentar derribarlo.
Esto de la burla de los acentos me recuerda siempre a Álex Grijelmo y a mi madre, que aprendió a hablar como se hablaba en Tenerife en el XIX. Y Grijelmo tiene un libro, El genio del idioma, donde explica por qué los canarios (y los andaluces) conservamos acentos que aquí (es decir, en Madrid, dónde si no va a ser aquí) se han ido perdiendo por el Manzanares arriba.
Cuando leí el libro de Grijelmo me di cuenta de lo que pasaba con los vocablos que mi madre conservaba, tan distintos de los que yo escuchaba en la radio. Y entendía también por qué cada vez que la corregía mi madre me decía:
-Mira, yo sé decir hilo e hilacha y mierda pa' quien me tacha.
Pues ya sabe Magdalena lo que tiene que decirle a Montserrat si otra vez la tacha cuando diga hilacha. -
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