Sangre
Empiezo a escribir estas líneas mientras Israel ocupa Gaza calle por calle, por supuesto a sangre y fuego. Y todavía no se sabe si la Plataforma de Mujeres Artistas, cuyas representantes visitaban la zona cuando se inició la masacre, ha logrado entrevistarse en Siria con altos representantes de Hamás. No seré yo quien afirme que esta última es una organización que lucha por los derechos de las mujeres, pero todos deben entender que ellas y sus hijos ya han pagado suficiente cuota de vidas y sufrimientos, víctimas de una "política" que ni siquiera tienen la oportunidad de diseñar: más de 500 entre muertas y heridas, casi 1.000 niños y niñas, por no hablar de las tensiones emocionales, del odio inoculado. El movimiento de mujeres israelíes por la paz reaccionó de inmediato contra la agresión, lo que pasa es que obtuvieron poco eco en unos medios de comunicación a los que se mantiene a raya (al otro lado de la frontera). Unas y otras están hartas de ser solo un colectivo altamente vulnerable y ahora la plataforma de Cristina del Valle exige (con qué posibilidades de éxito ya es otra cuestión) que se incluya a las mujeres en las mesas de negociación para que puedan participar activamente en la búsqueda de soluciones. Como dice una líder israelí "hay que hablar para no tener que llorar a los pies de una tumba".
El sábado pasado, en la plaza del Ayuntamiento de Valencia, comprobamos el dolor de los palestinos concentrados, aquellos que exhibían las fotos de pequeños cadáveres en rojo de sangre y blanco de lividez de muerte, de sudario. Palpamos esa rabia ante un mundo que ha vuelto a fallar, y nos preguntamos a cuántos de aquellos jóvenes con kufía se les habrá pasado por la cabeza alguna vez el deseo de ser un mártir, renunciando a lo que los más belicosos llaman con desprecio la mansedumbre del cordero. Este es un ataque donde unos se cobran mil ojos por cada ojo de los otros (como dice Jordi Palou) pero durante la protesta en la noche valenciana una de las pancartas nos recordó la advertencia de Gandhi de que ojo por ojo... todos ciegos.
Los poderosos del mundo se han cruzado de brazos, aunque La Red ha podido funcionar. O esa impresión me sigue dando cada día, cuando compruebo la cantidad de correos (pliegos de firmas, poemas, imágenes, documentos, comunicados, enlaces...) que llegan procedentes de toda clase de organizaciones humanitarias. Se trata de una corriente de información que irrumpió en el torrente circulatorio de Internet al primer impacto de misil, y que sigue siendo bombeada constantemente.
En ella se incluyen convocatorias como la de mañana a las 18.00, en San Agustín. Y no se trata de que todos seamos palestinos, basta con que el resto no quedemos en corderos silenciados. Lo siento, no se me ocurre de qué mejor forma pueden expresar su indignación los "oficinistas" calificados (o descalificados) ayer, aquí mismo, por Julio A. Máñez. Les llamó "bienpensantes a distancia" sólo porque, además de manifestarse, disfrutan de vacaciones y pagas extra. Como si para ser más genuinamente solidarios tuvieran que renunciar a estos "privilegios", unos derechos conquistados con tanto esfuerzo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.