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Columna
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Calatravalencia 2.0

24 de diciembre, fum, fum, fum... Ya nos hemos fundido el 2008. Un año con demasiado humo, demasiada opacidad, demasiados ceros... y mucho despiste colectivo. La culpa: la dichosa crisis, pero no sólo la crisis. Cuando atábamos los perros con longanizas, me acuerdo que en una conferencia Aurelio Martínez formuló la pregunta mágica: "Y cuando esto se acabe, ¿qué venderemos?". Buena premonición. Otros compañeros y también un servidor nos hemos hartado (¡¡bendita hemeroteca!!) de anunciar que nuestro fantástico boom inmobiliario (el término "burbuja" sublevaba a los autocomplacientes porque toda burbuja es susceptible de pincharse) no duraría eternamente y que el recambio estaba más bien indefinido o indeterminado. Lo que iba a ser un aterrizaje suave se convirtió en un crash en toda regla por obra y gracia de las subprime y la crisis financiera internacional consiguiente que ha llegado al extremo de convertir los problemas de liquidez en problemas de solvencia incluso para las empresas más saneadas y con más futuro. Tengo la impresión de que a muchos (gobierno central, gobiernos regionales, bancos y promotores) toda la movida les ha cogido un poco o un mucho por sorpresa y, lo que es peor, adormecidos y con pocas ideas de futuro que aportar.

Dejemos el "panorama general" para zambullirnos en nuestra siempre sorprendente realidad "local". Un primer dato un tanto escalofriante es que, a pesar de la que está cayendo, a nuestro muy honorable presidente no le duelen prendas en continuar esforzándose por ser líder indiscutible de la deuda. En el tercer trimestre de 2008, nuestra deuda ya ascendía a la bonita cifra de 12.198 millones de euros (un 11,5% del PIB) y, si incluimos las empresas públicas, a más de 14.000 millones. A este paso pronto nos endeudaremos para pagar la deuda y las inversiones pagarán el pato, justo en un momento de crisis en el que urbi et orbi se proclama que es necesario un incremento del gasto público para frenar en lo posible el vertiginoso incremento del paro.

Pero, además de seguir endeudándonos sin pestañear, no hemos tenido el gusto de conocer política económica alguna que no fuera pedir más dinero a Zapatero. ¿Qué vamos a vender? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo vamos a "vaciar" el exceso de oferta inmobiliaria y, a la vez, mantener niveles de actividad mínimos en el sector de la construcción? ¿No hubiera sido más eficaz apostar decididamente por la rehabilitación, la creación de redes solventes de transporte colectivo, la modernización de las instalaciones sanitarias y educativas, la rehabilitación del patrimonio hidráulico o la recuperación paisajística (Joan Olmos dixit) en lugar de meterse en el marasmo de las obras de los Ayuntamientos? ¿Qué nuevos sectores productivos vamos a fomentar? ¿Con qué fondos? ¿Vamos a aprovechar la crisis para definir otro "perfil productivo" de la economía valenciana más solvente a medio plazo? ¿No sería lógico aumentar y concentrar los esfuerzos en la innovación (coordinada y eficiente) en lugar de seguir complicándole la vida a la Universidad? ¿Dónde están los emprendedores comme il faut? Haberlos, haylos -con toda seguridad-, pero no tenemos ni un mal censo fiable ni una política de apoyo visible. Los Institutos tecnológicos o no hablan o, como mucho, susurran. ¿Hay alguien en la Plaza de Manises?

La nota de color casi siempre la pone nuestro querido Ayuntamiento de Valencia. Bonito rifirrafe se ha montado para "repartir" los 141 millones que nos han tocado del navideño plan de Zapatero. Leer la lista de proyectos aprobados en la Junta de gobierno del 19 de diciembre y de los que se ha quedado fuera da una idea de hasta qué punto todavía estamos lejos del estado del bienestar y de que muchos barrios están hechos unos zorros a pesar de que nuestra flamante alcaldesa se ufanaba pomposamente después de ganar las últimas elecciones proclamando que los "votos" habían "demostrado" que la ciudad no era dual a pesar de las insinuaciones torticeras de algunos grupúsculos de la Universidad, próximos al PSPV. Que Santa Lucía le conserve la vista.

En esta ciudad somos consumados expertos en cabalgar sobre las miserias, sin renunciar a abrir nuevas avenidas estúpidas, lesivas e innecesarias como la prolongación de Blasco Ibáñez (la legalidad, insisto, no implica bondad), o apelar a la "singularidad" del PAI del Grao para reducir a un 15% el porcentaje exigido de VPO. Somos capaces de seguir invirtiendo millones de euros en metros y tranvías sin por ello tomar medida alguna de limitación del transporte en vehículo privado, fomentando incluso su uso con la política de infraestructuras viarias prevista en la mal llamada "revisión" del Plan General. Somos capaces de deslizarnos cada vez más hacia la cultura/ espectáculo (cueste lo que cueste) e incapaces de revitalizar en serio el Plan RIVA. Somos capaces de deshacernos en alabanzas hacia la sociedad de la información, mantener una web lamentable (visiten, please, la de Barcelona) y hacer un uso deleznable de la Televisión Municipal. Todo, menos favorecer la información y la participación. Nuestra modernidad se limita al ¡¡Oooh!! provinciano ante el espectáculo calatraviano (magnífico el detalle que el primer destino conocido del Ágora sea el Open de Tenis) y a insistir en los eventos y las vanguardias en lugar de plantearse los contenidos de una ciudad creativa y los lugares donde podría tomar cuerpo. Visiten en Internet la información del barrio londinense de Deptford. A lo mejor les da alguna idea.

Al final uno tiene, con mucho gusto, que comulgar con una espléndida frase de Rafa Ribera. "A esta ciudad le ha llegado la modernidad por el exceso, por la reiteración, por el desbordamiento de los plazos y los euros, por el elemento singular con vocación de icono que caduca a los pocos meses. Y esa es una interpretación sesgada de lo moderno, equívoca, malintencionada. Lo moderno tiene más que ver con la suma que con la multiplicación, con la escala que con el exceso, con la función y la forma fusionadas en su justa medida que con el espectáculo". Pues eso. Feliz (si es posible) 2009.

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