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Entrevista:GUÍA DE PERPLEJOS | Angelines Collado, escritora y limpiadora en un tanatorio

La luchadora de Pitis

El barrio de La Coma, al norte de Madrid, empieza a quedarse viejo. Hace dos años, desaparecieron las últimas casas bajas. Crece la M-40 con sus infinitos ramales y proliferan nuevos edificios. En el bar en el que hemos quedado con Angelines Collado sólo se ven mayores, desocupados y solitarios. Ella llega guapa, enérgica, y antes incluso de sentarse comienza a hablar: "Todo esto, antes, era un descampado".

Pregunta. ¿Dónde vivía de pequeña?

Respuesta. Justo antes de llegar a la estación de Pitis. Mi padre tenía un bar que se llamaba El Guante de Oro. Al principio era un chiringuito. Empezó a ir bien; todo el mundo iba a tomar sardinas, conejo al ajillo, tortilla... Era una casa baja construida por él, y ahí vivíamos.

"He tenido un problema con mi marido. Y de eso he escrito mucho"

P. ¿Era un barrio más habitable de lo que fue luego?

R. Pitis, antes, era muy bonito. Lo que ahora es el colector, era un arroyo de agua clarita; ahí cogía yo ranas. La mayoría de los vecinos eran albañiles, cerrajeros, como mi padre, electricistas, y las casas se las hacía uno con la ayuda de los otros. Era como un pueblo. Muchos vecinos tenían sus viñas allá. Ahí he vivido toda mi vida hasta hace dos años, en que me fui para el pueblo de Fuencarral, a un piso.

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P. ¿No quería irse?

R. Nos echaron cuando hicieron el campo de golf y todo eso. Vivía en una casa baja con mi marido y mis cuatro hijos, de alquilada. Pagaba 10.000 pesetas [60 euros]. Y no, yo no me hubiera ido; echo mucho de menos regar mi patio y mis flores. Ahora es más cómodo, pero antes me salía al patio por la noche, veía el cielo, los niños podían estar en la calle todo el día jugando...

P. Además de limpiar, escribe poesía, ¿no?

R. Empecé un diario con 12 años y a los 13 comencé a escribir poesías. Nunca he parado de hacerlo. Siempre llevo mi libreta y mi bolígrafo, y donde sea escribo y luego lo voy puliendo.

P. ¿Por qué empezó a escribir?

R. Me ha gustado siempre leer. Y un día me salió del pecho una cosa muy revolucionaria y roja, y hasta ahora. Luego he quedado finalista en un concurso en Internet y han hecho un libro con ello. Es una poesía sencilla, que tiene que ver con los sentimientos.

P. También trabaja en un tanatorio.

R. Limpiando casas, no me han dado nunca de alta en la Seguridad Social. Y, claro, pasaban los años y vi la necesidad de cotizar. Ahora trabajo por las noches en un tanatorio, de nueve de la noche a siete de la mañana. Un día sí y otro no. Los días que no, sigo limpiando casas. Una en Puerta de Hierro, otra en el barrio de la Concepción... Donde sale trabajo.

P. ¿Es triste trabajar en un tanatorio?

R. No, para nada. Tampoco estás de juerga, pero vas a lo tuyo. Aunque también te digo que no había visto un muerto hasta que empecé a trabajar allí. Llegas a poder limpiar el cristal sin mirar al fondo donde está el ataúd.

P. ¿Qué es lo peor?

R. Cuando muere un niño; nunca he querido pasar a verlo. También cuando es alguien joven. Con los abuelillos es distinto. Lo que sí es cierto es que ahora veo la muerte de diferente manera. Pienso en mis padres y sé que no quiero verlos así, no quiero ese último recuerdo. Y tampoco quiero flores, las flores luego se tiran.

P. ¿Y un espacio tan especial le ha provocado escritura?

R. No, del tanatorio no me he atrevido todavía a escribir. Lo hago más sobre las personas. (Silencio). Yo he tenido un problema con mi marido y he sufrido mucho, mucho. Y de eso he escrito durante mucho tiempo. Aguanté mucho y, al final, hace seis meses, por fin le puse una denuncia por malos tratos. No sé cómo explicarlo... Era como estar en una jaula, no se te permite hacer nada, te sientes hecha una mierda, no te quieres. Me fue cortando los hilos con el exterior, con mis amigos, con mis padres, y vi que si seguía así, me quedaba. Era insostenible. A mis hijos los he sacado adelante yo, trabajando toda la vida; él nunca ha dado un palo al agua.

P. ¿Se lo chupaba todo?

R. Todo. Yo disponía para lo de la casa y le tenía que dar la mitad a él. Amigos, copas... Soy muy sentimental y me valía más un beso o una caricia que un insulto; me tenía pillada. Ha sido largo, lo he pasado muy mal y una cosa está clara: no vuelvo. Ahora quiero hacer cosas, quiero escribir, ir a museos, me he comprado mi lavavajillas, mi sofá nuevo y tengo la nevera llena.

P. ¿De qué tiene ganas ahora?

R. De todo, de escribir, de ir a un karaoke... El otro día fui al CaixaFórum y vi una exposición de arte etrusco precioso. Todo eso no podía hacerlo antes, era del trabajo a casa y no hables con nadie. Quiero pasear, ponerme una falda corta e ir a ver iglesias, que me gustan mucho, y llevar a mis hijos.

P. ¿Puede mirar a los hombres con deseo?

R. Todavía no, el deseo lo tengo apocado. Me lo estoy currando; hasta me he comprado un calendario de bomberos que he colgado en casa justo en la entrada. Voy a terapia y estoy metida bastante en esa lucha. Escribo poesías para la asociación. El otro día fuimos a la manifestación de la Puerta del Sol con una poesía mía que llevamos en cartulinas; yo estaba emocionadísima. Ahora estoy empezando a escribir cuentos y poesía para niños. Lo que quiero es tranquilidad, un poco de tranquilidad y vivir.

María Ángeles Collado, vecina del barrio de Herrera Oria.
María Ángeles Collado, vecina del barrio de Herrera Oria.CLAUDIO ÁLVAREZ

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