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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Maldito día de Reyes!

Ayer a la una del mediodía los chaflanes con pastelería hervían de coches aparcados en doble y triple fila. Había comenzado el trasiego de tortells de Reis. Hacia las 13.15, el cielo tomó un amenazador color plomo y empezó a caer una lluvia fina que rápidamente aumentó de intensidad.

La ya de por sí ardua jornada de Reyes, en la que los hogares se llenan de papeles y embalajes, los niños chillan y lloran, y las piezas de plástico de los juguetes crujen por los pasillos, empezaba a complicarse más de la cuenta.

Frente a la pastelería, un enorme vehículo todoterreno de lujo se colocó en cuarta fila, interrumpiendo completamente el tráfico. De lo alto de la cabina descendió una mujer joven, rubia y menuda, embutida en un abrigo de pieles. Miró con desdén a su alrededor y desapareció en el interior de la pastelería. Decenas de bocinazos aplaudieron su desplante.

Nadie se atrevía a bajar a la calle cargado hasta las cejas para deshacerse de las cajas de los regalos

La lluvia era ya una espesa cortina de agua y la cosa no podía más que empeorar. Las gotas de agua se transformaron en granizo.

Los tortells fueron los primeros en sufrir las consecuencias. Un abnegado padre de familia salió corriendo en dirección al vehículo donde le esperaba su prole intentando cubrir el tortell con el faldón de su chaqueta. Resbaló acrobáticamente y cayó cuan largo era sobre un gran charco, lanzando el preciado paquete por los aires, con tan mala fortuna -o tan buena puntería- que aterrizó sobre un contenedor de basura.

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En contra de la tradición, el contenedor seguía tan vacío como la víspera. Nadie se atrevía a bajar a la calle cargado hasta las cejas para deshacerse de los numerosos embalajes de los regalos que, presumiblemente, habían dejado los Reyes Magos sobre la alfombra de la sala de estar.

Tampoco nadie acudió en ayuda del accidentado. Aturdido, avergonzado y ciertamente magullado, con la mirada perdida, el tipo intentaba incorporarse sin saber que le acechaba otro peligro.

La mujer del abrigo de pieles reapareció en la puerta de la pastelería. Llevaba los brazos en cruz y una caja en cada mano. Pretendía regresar lo antes posible a su camión de diseño. Pero no era cosa fácil. El agua, el granizo y tres filas de coches la separaban de su destino. Sin contar el primer obstáculo: el pobre accidentado que, empapado hasta los huesos, maldecía su suerte dando patéticas palmadas sobre el charco en el que se hallaba sentado.

La mujer respiró hondo, fijó su mirada en el punto de destino y salió disparada. Pero, obviamente, no había visto al tipo enloquecido que chapoteaba. Su carrera quedó frenada en seco tras chocar con el voluminoso obstáculo. Su abrigo se abrió como la vela de un bergantín, o como las falsas alas membranosas de las ardillas voladoras de las selvas de Borneo. Con tal efecto que la menuda mujer rubia emprendió el vuelo por encima del capó del coche situado en primera fila hasta empotrarse contra el guardabarros del que esperaba en segunda línea.

Ni por un momento bajó los brazos ni soltó las dos cajas con las que había salido de la pastelería, que, debe suponerse, contenían sendos tortells. Magullada y con la figura descompuesta, su mirada se iluminó triunfante al comprobar que conservaba el botín. Se incorporó con agilidad, esquivó el último obstáculo, montó en su coche y salió disparada haciendo derrapar los neumáticos.

La granizada arreciaba. Por un momento pareció que todo se paralizaba. Los viandantes se quedaron petrificados bajo los soportales; los conductores, escondidos dentro de sus vehículos; los compradores de tortells, dentro de la pastelería.

Como señala sabiamenta la experiencia, no hay mal que cien años dure y después de la tempestad viene la calma. Hombre refranero, hombre majadero, que diría el otro. Dejó de granizar y la lluvia se quedó en un simple chispeo.

La familia del hombre caído acudió entonces en su ayuda. Mientras unos le ayudaban a incorporarse, otros buscaban afanosamente la caja con el tortell que había salido volando. "¡Papá, papá, está en la basura!", anunció el pequeño. "¡Cógelo y sube al coche!", le conminó su madre.

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