Ya somos 46 millones
A punto de finalizar 2008, el Instituto Nacional de Estadística sirvió la novedad de que los pobladores de España ya rebasan los 46 millones. En realidad, esto no sucede ahora, sino que ocurrió hace 12 meses: los datos nuevos se quedan rápidamente viejos, porque corresponden al recuento de padrones municipales cerrado a finales de 2007 y publicado por el INE un año después.
Pero no por ligeramente envejecidos dejan de ser datos importantes. De ese total, 40,8 millones correspondían a personas de nacionalidad española y 5,2 millones eran extranjeros (de ellos, 2,1 millones, de países procedentes del resto de la Unión Europea). Por tanto, los extranjeros suponen el 11,3% de la población. Poco más de un extranjero por cada diez nacionales es mucho, porque se partía de niveles muy bajos, pero no tanto si miramos a algunos de los países más poblados de la UE. La proporción de extranjeros crece más velozmente en España que en los países europeos de nuestro entorno. Conocer ahora estos datos adquiere un significado distinto al que habría tenido 12 meses atrás. Porque en aquella fecha aún no había concluido el decenio de la prosperidad, en que partes importantes de las clases laboriosas de este país se acostumbraron a pensar en un crecimiento económico casi inexorable, en la posibilidad de disponer de trabajo -aun con los nubarrones de la precariedad y el mileurismo rampante- y, por ende, en su capacidad para escuchar los cantos de sirena del endeudamiento a largo plazo. Fue el decenio en que las necesidades laborales en España (sobre todo en la construcción y en el campo) atrajeron a la inmigración: según los datos de 2007 (ésos que acaban de conocerse), dicho año acabó con un aumento neto de los extranjeros en 701.023 personas, contribuyendo así decisivamente al total de 862.774 nuevos habitantes de España generados sólo en un año.
¿Es bueno o no que la inmigración deje de ser una competencia exclusiva de la Administración central?
Hay temor a que llegue pronto el tiempo en que el extranjero suscite, en ciertas capas sociales, un grave y peligroso recelo
Y la lectura actual es distinta porque el ambiente ha cambiado dramáticamente: de la confianza, al susto por la situación económica y al temor a un aumento exponencial del paro. La inmigración responde mayoritariamente a las posibilidades laborales, y éstas se están despeñando, según las previsiones disponibles.
La frialdad de las cifras puede servir para amparar o justificar cambios importantes de línea política, como el que se está produciendo en España respecto a la inmigración, sin haber reflexionado ni debatido suficientemente sobre ello. La inmigración debería manejarse con el mayor cuidado; necesita dosis elevadas de racionalidad y de prudencia; exige comprensión social y política de todas las ventajas y dificultades que implica. Lejos de ello, se anuncia una nueva ley de extranjería para cortar el paso a futuras inmigraciones de personas sin documentos y se abre paso la idea de diversificar la política de inmigración por comunidades autónomas, al menos en lo que se refiere a la concesión de permisos de trabajo (de los que depende la legalidad o no de la estancia de muchos extranjeros). ¿Es bueno o no que la inmigración deje de ser competencia exclusiva de la Administración central, para desembocar en funciones compartidas entre diversas administraciones? Tal vez sí o tal vez no: en todo caso, el debate y la clarificación sobre las razones de una u otra opción son mínimos, en comparación con el desafío planteado por un problema sometido a fuertes conflictos.
A lo largo de los últimos 20 años se han abierto túneles entre las fronteras más calientes del planeta. Por ejemplo, entre México y Estados Unidos: tras la gran operación iniciada en 1994 para levantar un poderoso dique a la inmigración mexicana hacia el gran vecino del norte, se han descubierto alrededor de 70 túneles a lo largo de esa frontera. Otro ejemplo: los sótanos de la franja de Gaza, perforados por multitud de túneles a lo largo de la frontera con Egipto, ahora bombardeados por la aviación israelí. Y un tercero: los boat peoples que se lanzan incansables desde las costas africanas hacia Canarias, el sur de Italia y Grecia. La proliferación de tecnologías contra el paso ilegal de las fronteras y de normas represivas para frenar a los inmigrantes indocumentados son, por el momento, las armas al uso en la UE para hacer frente a los escalones económicos que le separan de sus vecinos.
Ahora se ha conocido también una encuesta, encargada al CIS por la Fundación Carolina, en la que se refleja que aumentan los que piensan que el trabajo de los inmigrantes beneficia más a sus países de origen (por las remesas que les envían) que a España. Todavía un 76% cree que España debe ayudar a los países que lo necesitan, pero en 2005 esa proporción alcanzaba el 84%.
Si los políticos y los creadores de opinión no actúan positivamente, llegará pronto el tiempo en que el extranjero suscite, en ciertas capas de la sociedad, el grave y peligroso recelo con el que se le observa en otras partes de Europa. -
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