Una forma principesca de asumir su nobleza
La desaparición del italiano Carlo Caracciolo, cofundador, junto con Eugenio Scalfari, de L'Espresso y, luego, de La Repubblica, se ha comentado en Francia sobre todo en torno a su participación en el Consejo de Administración del diario Libération. Hasta ahora, no había tenido ocasión de evocar la importancia de esta personalidad excepcional en nuestro periódico, pese a que, en cierta forma, y aunque indirectamente, también estuvo presente entre nosotros.
Lo que caracterizaba en primer lugar la personalidad de Carlo Caracciolo era su condición de heredero de una antigua familia de la nobleza italiana. Nuestros vecinos transalpinos cuentan con numerosos príncipes, pero él podía desgranar su linaje hasta remontarse al siglo XV. En un artículo, por cierto conmovedor, Eugenio Scalfari recuerda que en la alcaldía de Nápoles había dos placas con los nombres de los patriotas muertos en 1799 y, entre ellos, el del almirante Caracciolo, ahorcado por Nelson del palo mayor de su nave capitana y, un poco más allá, el de un antepasado del propio Scalfari. Evidentemente, estos títulos de nobleza sólo nos interesan porque aquel que los heredó tenía una forma realmente principesca de asumirlos. Carlo Caracciolo tomó parte en los combates de la izquierda italiana, y en los del periodismo, junto a su amigo íntimo, inseparable y fraternal, Eugenio Scalfari. Los lazos entre estos dos hombres fueron ejemplares. Nunca dejé de admirar su altura y calidad. Entre ellos nunca hubo el menor conflicto, la menor competitividad o mezquindad. Cada uno se sentía orgulloso de los éxitos y el poder del otro.
Unas veces con su familia y otras contra ella, Carlo Caracciolo asumió riesgos financieros y políticos notables, y siempre con una elegancia señorial. Tuve ocasión de conocerlo cuando yo empezaba a frecuentar, hace mucho tiempo, a los intelectuales de izquierda italianos -a menudo cercanos a los comunistas-, que, en verano, se refugiaban en el Argentario, entre Porto Ercole y Capalbio. Gracias a Eugenio Scalfari pude apreciar el rol y las cualidades de Carlo Caracciolo. Especialmente a medida que mi relación con Eugenio se hacía, con el tiempo, tan estrecha como la que este último mantenía con Carlo Caracciolo. Para mí, el recuerdo de nuestro primer encuentro está repleto de gratitud. Un día, Eugenio, con su amigo Carlo, tuvo la idea de hacer un periódico europeo con EL PAÍS, de Madrid, The Independent, de Londres, Le Matin, entonces dirigido por Claude Perdriel, y Le Nouvel Observateur. Llegó a mi casa un día de Navidad para ofrecerme este verdadero florón de la prensa europea. En aquel momento, yo estaba sumido en el desconcierto y las dificultades. Fueron Carlo Caracciolo y Eugenio quienes me sacaron de ellos. Siempre recordaré con afecto, solidaridad y respeto la forma en que el príncipe se esforzó en persuadirme de que era él quien quedaba obligado hacia mí.
Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur (traducción de José Luis Sánchez-Silva).
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