Las plazas de la memoria
La conmemoración, el pasado día 10, del 60º aniversario de la firma de la Declaración Universal de Derechos Humanos debió haberse encargado en buena parte del mundo al artista alemán Jochen Gerz, famoso por sus monumentos invisibles a la memoria. Gerz, de 68 años, alemán que vive en Francia, está considerado uno de los artistas conceptuales más importantes del mundo y defiende que los monumentos a la memoria suelen ser encargados para que la gente se olvide del asunto. (Cita de Gustavo Nielsen: "Todo está escrito en la memoria". Radar, 7 de diciembre de 2008).
Una de las obras más polémicas y representativas de Gerz es su monumento contra el fascismo, que el Ayuntamiento de Hamburgo decidió erigir en 1983. Gerz construyó una columna cuadrada de 12 metros de alto revestida de plomo en la que vecinos y visitantes fueron invitados a inscribir sus nombres. Cada vez que un tramo de la columna estaba cubierto de firmas, el monumento se hundía un poco en la tierra. Finalmente, la obra, inaugurada en 1986, se hizo invisible en 1993. En su lugar hay ahora una placa en la que se cuenta la historia del monumento contra el fascismo y se invita a los ciudadanos a estar vigilantes. "Al final somos únicamente nosotros mismos quienes podemos levantarnos contra la injusticia".
Los principios de la Declaración de Derechos Humanos están hoy mucho más en duda que hace 60 años
La prisión de Guantánamo, las "leyes patrióticas" o las reglas de inmigración han minado su credibilidad
La misma idea originó el monumento contra el racismo, en Saarbrücken: Gerz levantó 2.146 adoquines de la plaza frente al castillo de la ciudad, en el que la Gestapo instaló su principal cuartel; inscribió en cada uno de ellos el nombre de uno de los 2.146 cementerios judíos que fueron arrasados por el III Reich, y los volvió a colocar, pero boca abajo, de forma que la inscripción quedara oculta. La plaza se llama ahora Platz des Unsichtbaren Mahnmals (plaza del Monumento Invisible), y el monumento consiste en la charla, en la conversación sobre lo que representa ese lugar.
El olvido, viene a decir Gerz, no se recupera mediante los monumentos a la memoria, sino mediante la palabra. Desde ese punto de vista, la conmemoración sobre el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, como la de cualquier otro acontecimiento histórico, debería haber consistido mucho más en la conversación pública sobre su deterioro en los últimos años que en la celebración de su mejor pasado. La mejor manera de avivar, por ejemplo, la memoria sobre la guerra civil española sería, en el mismo sentido, alentar el debate sobre el sectarismo, la intolerancia política o nuestro papel en los conflictos armados actuales.
Es muy posible que el deterioro de la Declaración de los Derechos Humanos no se deba tanto al número de violaciones que se producen hoy día, quizá inferior al que se registraba en 1948, como al hecho de que sus principios están mucho más en duda hoy día que hace 60 años. La Declaración aparece en estos momentos ante muchos ciudadanos de Oriente o del mundo musulmán como un mero instrumento imperialista que los países democráticos occidentales aplican sólo cuando quieren y, en la mayoría de los casos, únicamente a sus propios ciudadanos.
El daño que han hecho a los derechos humanos universales la prisión de Guantánamo, las llamadas "leyes patrióticas" o las nuevas reglas de inmigración ha sido profundo porque han minado, precisamente, su credibilidad universal. En 1948, pocos ponían en duda el esplendor del Estado de derecho. Hoy, muchos saben que ese brillo se oscurece con mucha facilidad en los propios países occidentales que se presentaban a sí mismos como campeones de la ley. Estados Unidos es, seguramente, el gran responsable de esa traición, pero Europa tampoco puede ocultar su culpa.
En el corazón de la cuenca del Ruhr, en Bochum, en esa Europa que tan bien conoce, Gerz ha puesto recientemente en marcha un nuevo y sugerente proyecto. Se llama la plaza de las Promesas Europeas y está colocado junto al monumento a los héroes de la I Guerra Mundial, un monolito con el nombre de los muertos en aquella contienda. En el proyecto de Gerz, todos los ciudadanos que quieran podrán inscribir sus nombres al tiempo que formulan una promesa sobre el futuro de Europa. "Cada persona hará a Europa una promesa privada, sin condición alguna, que nunca será publicada, y contribuirá así a un manifiesto invisible de muchas voces y culturas, la Europa de hoy". La plaza de las Promesas Europeas, hecha por personas vivas, no se cerrará hasta el 31 de diciembre de 2010.
(solg@elpais.es)
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