B.B.B.

Ha aparecido hace pocas fechas en las librerías una guía singular, ya que tiene la pretensión de informar sobre los restaurantes de nuestro país donde se puede comer por menos de 25 euros y bajo las premisas que dan título a este escrito: bueno, bonito y barato.

Obviando los aciertos de la publicación -magníficas y amplias explicaciones sobre las características de cada local, su tipo de cocina y especialidades, un análisis sobre la mejor mesa del local y algunos otros datos sobre bodega y servicios complementarios- y algunas de sus carencias -ninguna exhaustividad, en ningún momento se matiza de forma personal o subjetiva sobre la bondad o no de los platos que en ellos se sirven-, es indudable que cumple de forma sobrada con la misión que pretende, que no es otra que informar al consumidor de la posibilidad de comer a relativo bajo precio en un entorno de modernos diseños e impecables servicios y presentaciones.

Pero a la vista de los locales que allí se exhiben, todos de alto nivel estético cabe plantearse algunas nada livianas cuestiones, entre las que destaca sin duda la que afecta a la increíble diferencia de precios que se observa entre algunos de estos restaurantes y sus vecinos, que en muchas ocasiones doblan el precio del que aparece en la guía sin que razones de peso avalen dicho incremento.

Porque no es solo cuestión de calidad del producto o de que un cocinero tenga más acierto en sus propuestas, ya que entre los citados en la publicación, y también en los superiores en precio, existen buenos y malos, agradables y nocivos, de cocina clásica y moderna, e incluso desconocidos y renombrados.

Deberemos hacer un profundo estudio que nos justifique la paradoja.