"No hay nada amañado. Las llaves son de verdad"
Solo, en una esquina de un restaurante mexicano en el barrio de Malasaña, El Hijo del Santo (también apodado El Enmascarado de Plata) escribe un correo electrónico desde su portátil. Por el traje de chaqueta gris podría pasar por un ejecutivo más. Sólo una suave máscara plateada, que lleva puesta desde las nueve de la mañana, lo separa del resto de los mortales.
Jorge Guzmán Rodríguez -su nombre real- mide poco más de 1,65 metros y aprieta fuerte la mano al saludar. "Hoy sólo me he quitado la máscara un segundo para almorzar, y me he puesto otra especial", dice el hombre misterioso mientras saca de un bolso su segunda máscara con una apertura mayor a la altura de la boca. "Toca, toca... sin miedo", dice antes de intentar morder la mano del periodista.
"Soy un amor. Disfruto de mi hogar, de mi mujer y de mis cuatro hijos"
¿Es verdad que de pequeño quería ser torero? "Claro, y no se me daba mal. Toreé algunos becerros. Quería ser futbolista, torero o luchador".
Lo último lo consiguió en 1982 cuando, como los toreros, su padre, El Santo, toda una leyenda popular en México, le dio la alternativa en forma de máscara.
La historia es digna de culebrón, si no mexicano, sí venezolano: "Él no quería que yo fuese luchador porque es un mundo muy duro, pero yo quería que me viese luchar sólo una vez. Lo llevé a un gimnasio. Estuvo unos minutos y se fue. Yo creía que lo había hecho mal, que no le había gustado, pero luego me contaron que se marchó porque estaba emocionado y no quería que lo viese llorar".
La lucha libre mexicana, a medio camino entre el deporte, la parafernalia, la magia, el misterio y el espectáculo, existe desde los años treinta. Forma parte de la iconografía clásica de México y, aunque mueve millones de pesos, todavía está lejos de las cifras del fútbol: "Lo que Cristiano Ronaldo gana en un año yo lo gano en diez", cuenta El Hijo del Santo. La exageración en las peleas y su estética de superhéroes son las claves del éxito. También lo infantil de su filosofía, que no deja de ser una lucha entre buenos y malos. Entre los luchadores técnicos y rudos. "Los técnicos, como yo, hacemos caso al árbitro y no utilizamos malas artes. Somos los buenos. El rudo es el malandrín, el que no respeta las reglas", explica.
¿Y los golpes? ¿Son reales? "No hay nada amañado. Los castigos y las llaves son de verdad. Hay dolor. Pero quiero ser honesto. No se trata de lastimarnos. Aunque algunos ya conocen bien mi llave de a caballo", dice con voz retadora.
¿Cómo es El Hijo del Santo sin máscara? "No me la puedo quitar, pero soy un amor. Soy un ser humano muy agradecido con Dios y con la vida. Disfruto de mi familia. De mi mujer, de mi hogar, de mis cuatro hijos. Les llevo al colegio por las mañanas, les ayudo a hacer la tarea y les compro helados". Sólo uno de ellos podrá suceder al padre, lo que le convertiría en El Nieto del Santo. "Ni primos, ni sobrinos ni conocidos", dice el enmascarado. "Esto es muy serio. La leyenda sólo la podrá continuar uno de mis hijos. Si quieren, porque por ahora el que tiene 12 años prefiere ser futbolista. Claro que yo quería ser torero y aquí me tienes".
El Hijo del Santo y Blue Demon combaten hoy (21.00) y mañana (12.00 y 20.00) en el Circo Price. Ronda de Atocha, 35. Entradas de 25 a 55 euros. www.luchalibremadrid.com
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