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Columna
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Iniciativa, en el diván

Aunque la cronología diga otra cosa, en realidad la asamblea que Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) celebró el pasado fin de semana en Sabadell ha sido la primera con el partido instalado en el poder. En julio de 2004 -fecha del anterior congreso- el tripartito de Maragall tenía apenas seis meses de vida y un caudal de expectativas casi intacto; sus tempranas crisis internas las había protagonizado Esquerra mientras -por contraste- los ecosocialistas aparecían como unos chicos modosos y saboreaban las mieles del gobierno sin haber catado todavía las hieles. Desde entonces, han pasado cuatro años y medio y un montón de cosas: el colapso del primer tripartito y la formación del que preside José Montilla; el bloqueo del despliegue estatutario y el empantanamiento de la financiación; la asunción por parte de Joan Saura del Departamento de Interior y la discutida gestión de la sequía que protagonizó su compañero Cesc Baltasar; la inflexión a la baja de los resultados de ICV durante el ciclo electoral de 2007-2008 y las tergiversaciones sobre la MAT o el Cuarto Cinturón...

ICV quiere responder a la crisis escorando hacia la izquierda y poner fin a la política que prefigura una nefanda 'sociovergencia'

Era, pues, en un ambiente bien distinto al de 2004 como Iniciativa abordó su 9ª Asamblea Nacional. Esta vez, lo hacía con un sentimiento agridulce, mezcla de autosatisfacción por la persistencia del pacto de izquierdas en la Generalitat e inquietud ante las contradicciones y los costes que ello supone para la sigla heredera del PSUC, tanto a nivel interno como de puertas afuera. Cuando, en la sesión de apertura de la asamblea, el secretario general de la Unió de Pagesos, Joan Caball, criticó la política agraria del tripartito; cuando el representante de Comisiones Obreras en Nissan atribuyó al Gobierno de Montilla "una posición demasiado prudente, cercana al miedo", ante el ERE presentado por la empresa; cuando el líder de CC OO, Joan Coscubiela, reclamó "restablecer el protagonismo del conflicto social" como herramienta de transformación, las intensas ovaciones de los delegados me parecieron directamente proporcionales a la incomodidad de éstos ante el hecho de que el Gobierno objeto de aquellos reproches es el suyo, uno del cual son partícipes y corresponsables.

Por supuesto, no había hecho falta esperar al pasado viernes por la tarde para saber del difuso malestar existente entre las bases ecosocialistas. Éste se viene exteriorizando desde meses atrás a través de diversos documentos críticos (el Manifest de maig, el titulado Iniciativa: que es noti!, el Manifest per unes polítiques sobiranistes a ICV), de declaraciones públicas contra "la deriva institucional y la subalternidad con respecto al socio principal" ("no debemos estar atados de pies y manos al PSC", ha manifestado el ex consejero Salvador Milà) y también por medio de las 1.061 enmiendas presentadas al documento de estrategia política para el próximo cuatrienio. A algunas de esas quejas de la militancia resulta imposible darles satisfacción (que las actuaciones del Departamento de Interior sean "contrarias a algunos colectivos alternativos", o que estar en el Gobierno ahuyente a "los sectores de opinión críticos con el statu quo" es algo difícilmente evitable...), pero tampoco cabe ignorarlas en una organización en cuyo seno late la pulsión antisistema y existe una fuerte dosis de lo que el viejo Marx habría llamado "radicalismo pequeñoburgués".

En esta tesitura, la receta aplicada por la cúpula que sigue encabezando Joan Saura ha consistido en templar gaitas, encajar las críticas, prometer contrición y poner el mayor énfasis posible en el rejuvenecimiento y la feminización de los órganos directivos de ICV, medidas que hoy aparecen como la panacea política universal. Para contentar a los sectores soberanistas, la asamblea hizo suya "la aspiración a que Cataluña disponga de un Estado propio dentro de un Estado español federal y plurinacional". Para complacer al grupo de Salvador Milà, se admitió que "llegar a pactos con las demás fuerzas de izquierda no es una obligación en sí misma para ICV", gesto que quedaba neutralizado por la coletilla según la cual "sí es un deber para ICV cerrar el paso a la derecha". Para marcar perfil propio, se multiplicaron los ataques contra el proyecto de ley de educación. Gracias a tales transacciones y equilibrios tácticos, y aun cuando casi el 25% de los asistentes a la sesión de clausura -quienes, a su vez, no eran más del 60% de los delegados acreditados- negaron su voto a la nueva comisión ejecutiva, pese a ello, la sensación final dominante entre los dirigentes de todas las tendencias era de alivio: por encima de la agitación precongresual, los reproches internos y los votos de castigo, se evitó cualquier trencadissa y quedaron a salvo la cohesión y la estabilidad del partido.

Tal es la realidad, y hay que felicitar a Iniciativa por ello. Aunque también podría interpretarse que la formación ecosocialista ha acallado sus contradicciones internas a base de exportarlas. En efecto, ICV quiere responder a la crisis económica escorando hacia la izquierda al Gobierno del que forma parte y poner fin a la política de "pactos nacionales" que prefiguran una nefanda sociovergencia. Pero el presidente Montilla parece más bien inclinado a virar hacia el centro, habla de no asustar a las multinacionales y podría verse tentado de implicar a CiU en las grandes medidas socioeconómicas frente a la recesión. Esquerra, por su parte, sigue pidiendo más ambición nacional, cultiva su propio centrismo y aplaza cualquier revisión del pacto tripartito hasta después de saber qué pasa con el Estatuto y con la financiación. Queda por ver cómo se armonizan, en los próximos meses, estas tres melodías.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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