Obama en Madrid
Ya lo estoy viendo. Cibeles y Castellana engalanadas con banderas norteamericanas y las clases pasivas agolpándose en las aceras a la espera de que pase el cortejo presidencial. No habrá coche descubierto ni recorrido lento para saludar al pueblo. En los tiempos que corren la seguridad no permite baños de masas como el que se pegó Eisenhower junto a Franco cuando vino a España. Habrá, no obstante, un montón de curiosos en las calles deseosos de ver a Obama, aunque sea de refilón, y habrá niños con banderitas de barras y estrellas. Los españoles somos mitómanos por naturaleza y ahora mismo no existe en la tierra un solo personaje que despierte tanta expectación como ese moreno al que los yanquis han elegido presidente de Estados Unidos y, por tanto, presidente del mundo.
No puedo imaginar una lucha más justa que la que libra la gente para huir de la hambruna
Barack Obama vendrá a Madrid. No será lo primero que haga cuando llegue a la Casa Blanca, ni tampoco el primer país extranjero que visite oficialmente. Es más, puede que antes se recorra la mitad del planeta, pero vendrá a Madrid, ya lo creo que vendrá, y le llevarán al Prado para que alucine con Velázquez y Goya, y comerá jamón ibérico para que se le caiga la baba como le sucede a todo ser humano que no tenga atrofiado el paladar. Creo que por mucho que viaje no va a encontrar en todo el globo un país con más ganas de agasajarle que el nuestro. En pocos se ha celebrado su victoria como aquí. Y es que Bush nos tenía jodidos. El muy imbécil se permitió el lujo de despreciar a toda una nación para humillar a Zapatero. Para el todavía inquilino de la Casa Blanca el único español digno de su alcurnia es su amigo "Ánsar", más conocido aquí como José María Aznar. Los demás somos basura.
Obama reprochó ese desprecio en la campaña electoral y sin pretenderlo nos metió en el bote. Cuando venga a Madrid le van a hacer emperatriz de Lavapiés. Hasta Esperanza Aguirre, que tuvo la ocurrencia de asistir a la convención republicana para aplaudir a McCain, le va hacer la pelota. Qué ojo el de la presidenta de Madrid, qué visión la de sus asesores. Con lo bien que hubiera quedado acudiendo también a la convención demócrata. Menos mal que Obama no es rencoroso y, según tengo entendido, ha podido superar la desazón que le produjo ver a la señora Aguirre jaleando a su rival en Minnesota. No habrá represalias. Ni le negará el saludo ni prohibirá a los funcionarios del Gobierno norteamericano hacer turismo en nuestra capital. Obama es otro rollo. Y sobre todo es de otro color. Porque aquí tampoco ha pasado inadvertido ese pequeño detalle que diferencia al bueno de Barack de sus antecesores. Aquí también nos hemos percatado de que es negro. Bien es verdad que el suyo no es el negro tizón de los muchachos que venden películas piratas y corren por la Gran Vía delante de la policía como si fuera la Estafeta en los sanfermines. No, el de Obama es un negro light. Un tono bien ajustado para mantener el toque racial sin espantar a los que militan en el racismo subyacente. El presidente electo de los Estados Unidos es, para que nos entendamos, como Sidney Poitier en Adivina quién viene esta noche, esa delicia de película que aborda los prejuicios raciales haciendo trampas. Cómo no aceptar en la familia a un negro elegante, educado y eminente que podría aspirar al Nobel. Los negros como Poitier, Morgan Freeman, Denzel Washington, Barack Obama son aparte.
Uno solo puede considerarse realmente libre de prejuicios si no palidece al aparecer su hija en casa con un moreno azabache de dos metros que trabaja en la sección de lácteos de un hipermercado. Ahí es donde quiero yo ver el espíritu abierto, tolerante y multirracial del que tanto presumimos sin la suficiente introspección. Cuántos habrán rezado por no tener que pasar la prueba. En lo personal, yo me alegro de haber celebrado hasta con emoción la victoria de Obama. Me alegro de estar entre los ilusos que creen que un tipo con ese carisma y esa biografía puede cambiar el mundo para bien. En cuanto al color de su piel, nunca fue problema, porque yo de niño creía que los negros eran una raza superior. Y es que los únicos negros que conocía entonces eran los yanquis de la base de Torrejón y llevaban unas gafas muy chulas y conducían cochazos de seis metros, cuando aquí era un lujo el seiscientos. Eso ha cambiado. Ahora mis héroes son los de la patera. Por muchos problemas que nos creen, no puedo imaginar una lucha más épica y justa que la que libra esa gente para huir de la hambruna y la desesperación. Espero que Obama nunca olvide el África olvidada. Muchos hijos de ese olvido estarán también en las calles de Madrid cuando venga a visitarnos.
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