El Madrid, de susto en susto
El Real Unión vence al conjunto de Schuster con una absoluta superioridad
El histórico Stadium Gal estaba de fiesta, una fiesta acostumbrada para un habitual de la Copa de la última década y de la reivindicación de los humildes, pero no tanto como para soñar con un gol al primer minuto del partido ante el Real Madrid que anunció la figura estelar del ex realista Juan Domínguez y el declive de Michel Salgado. Fiesta general, apenas amortiguada por el empate de Higuaín, en un magnífico pase de Guti al que le bastó el rabillo del ojo para inventar el último pase. Fiesta y asomo de tragedia, cuando De la Red, tras una jugada frustrada del Madrid, cayó desplomado cuando regresaba a su posición. Ojos en blanco, inmovilidad, susto, miedo. Recuerdos oscuros de tragedias recientes. De momento lo deportivo pasó a un segundo plano y el silencio se adueñó del Stadium Gal, entre el miedo y el respeto.
REAL UNIÓN 3 - REAL MADRID 2
Real Unión: Otermín; Larrainzar, Berruet, Mendinueta, Carracedo; Romo, Villar (Salcedo, m. 77) Quero (Gabarain, m. 69), J. Aguiorre; Goikoetxea (Manu García, m. 84) y Domínguez. No utilizados: Eduard; e Iglesias.
Real Madrid: Dudek; Salgado, Heinze, Metzelder, Marcelo; De la Red (Javi García, m. 18), Diarra (Sneijder, m. 69); Higuaín (Bueno, m. 88), Guti, Drenthe; y Saviola. No utilizados: Codina; y Velayos.
Goles: 1-0. M. 1. Domínguez. 1-1. M. 9. Higuaín. 2-1. M. 20. Domínguez. 2-2. M. 53 Saviola. 3-2. M. 63. Goikoetxea.
Árbitro: Daudén Ibáñez. Amonestó a Berruet, Mendinueta, Aguirre, Gabarain, Villar, Domínguez, Marcelo, Javi García e Higuaín.
Unos 7.000 espectadores en el Stadium Gal.
Mal estaba el Madrid y peor continuó. El Madrid se encogió y el equipo irunés se agigantó. No sólo era una cuestión física, de ímpetu o de combatividad. Era algo más. El equipo fronterizo tiene conchas en la competición y, desde luego, no tiene vergüenza. El gol de Domínguez le concedió la autoestima para creer en sí mismo ante un Madrid irregular, muy gestual, pero poco profundo, falto de ritmo y convicción. Más aún cuando Domínguez, de nuevo, cabeceó con decisión y sabiduría un centro cruzado que desacreditó, otra vez, a la defensa madridista. Domínguez, un delantero fornido, pero rápido, resolutivo, pero hábil, surgido de la cantera de la Real Sociedad, se había convertido en la figura de un partido que enfrentaba al líder del grupo I de Segunda B con el Real Madrid.
El damnificado también tenía nombre propio. Michel Salgado nunca olvidará el Stadium Gal ni al equipo que viste de blanco que lo defiende. El Real Unión dista mucho de ser el "equipo recio del norte" que relataban las antiguas crónicas. Fue ponerse por delante y comenzar a construir paredes, tirar caños (hasta dos consecutivos les endosó Romo a Marcelo y Heinze).
Miraba al cielo el Madrid y no veía, tampoco en el campo encontraba a Guti más que de vez en cuando, con Higuaín escondido en la banda derecha y Drenthe zascandileando en un costado izquierdo que el Real Unión le entregó con osadía. De Saviola no se sabía hasta que enganchó un zurdazo a la salida de un córner que lo embocó a la escuadra. Redimía Saviola un error de control impropio de su clase, ante el portero, un minuto antes. La viva imagen de como desengancharse de un partido.
La sensación era que cada empate del Madrid era como una estación de destino, la adecuada medicina para un dolor de cabeza transitorio que debía curarse en el Bernabeu.
Al Real Unión le espoleaba, sin embargo. La fuerza de Romo, el trabajo impagable de Quero o Villar, el destajismo de sus dos delanteros, tipos anónimos que fueron capaces de endosarle tres goles al Madrid, era suficiente para devolver cada golpe con un grado de ambición incalculable.
Por eso llegó el tercer gol, por la fe en la disputa, en la llegada, en la búsqueda de cualquier centro y por la desaplicación de Salgado que una vez más se quedó mirando la jugada como un observador privilegiado (en vez de cerrar la defensa). Y llegó Goikoetxea e hizo su trabajo: marcar gol, estirando la pierna, trabajándose el remate. Curioso: parecía más solvente el débil que el fuerte. La ambición se le presuponía; la jerarquía, se la ganó sin demostrar el cansancio que dicta la diferencia de categoría. El objetivo se cumplió: ganar lo suyo, lo de casa, lo de los suyos. Y dejar un regusto amargo en el sabor del Madrid.
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