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Columna
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La revolución

Manuel Rivas

Fotografiar la fotografía. He ahí una tendencia que hace furor. Imágenes de suicidas tirándose desde lo alto de los rascacielos, tomadas no de la realidad, sino de las páginas de sucesos, y que resultan infinitamente más dramáticas que las originales. La carrera de Jackie Kennedy Onassis huyendo campo a través de un paparazzi, como una esbelta salvaje. Andy Warhol en un fotomatón, clonándose a sí mismo, más Warhol que nunca. El retrato más real, de una veracidad encarnizada, es el que muestra a Fidel Castro a gran tamaño, con su vestimenta de comandante. Parece captar cada célula de su rostro. Lo tomó en el 2001 el japonés Hiroshi Sugimoto, no en La Habana, sino en el museo de cera de Madame Tussaud. Hay muchos personajes así, que se han pasado de realidad. O que vienen de otra realidad y se han introducido en ésta.

Vivimos una época de líderes de museo de cera a los que se detecta por la brutal naturalidad de las fotografías. Hay personajes que parecen haber crecido allí, en los sótanos y desvanes del museo, como el héroe local Carlos Charly Fabra o su universal colega de jovial jeta de cera, Silvio Berlusconi. Bush, en el balance del mandato, se considera "menospreciado" por sus compatriotas. Menos que eso: no lo quieren ni en el museo de cera. Ni siquiera como malo ha sido convincente. No le llega ni a los pies a José María, o terror dos Azores, que algún día reinará en las gloriosas penumbras de Madame Tussaud. El dilema político que vive Estados Unidos en la actual campaña es escoger entre una nueva realidad o la de cera. Los estadounidenses ya se han decidido. Como nunca. Se nota en la gente que entra y sale de las bibliotecas con su chapa de Obama. Ésa es su fuerza. Obama no procede de un museo de cera sino de las bibliotecas públicas. Será una revolución: volver a la realidad.

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