Familia
Una persona puede morir feliz si ha conseguido hacer algo por la sociedad. Al decir "algo" me refiero a una acción, una sola, de auténtico mérito. Con eso suele bastar. Consideren el ejemplo de Winston Churchill: un charlatán bebedor e impulsivo, exhibicionista, ingenioso pero inconstante, capaz de cometer idioteces extraordinarias; todo eso es cierto, como lo es que en un momento dado, durante la batalla de Inglaterra, se convirtió en un regalo del destino y en la única luz que iluminaba Europa.
A escala mucho menor, también Gordon Brown ha tenido su momento. Es torpe, aburrido, soberbio y propenso a la abstracción. Sin embargo, en el momento más oscuro del arranque de esta crisis (el final ni siquiera se intuye aún), Brown trazó una ruta. Aún no sabemos si la nacionalización parcial de la banca servirá para algo. A nadie, sonrisas al margen, se le ha ocurrido nada mejor.
Evidentemente, el gran Churchill es el que pronuncia discursos bajo las bombas. Y el mejor Brown es el que en unas horas traza un plan de emergencia. Nos interesan por su momento de gloria. Lo demás es letra pequeña y vuela con el tiempo.
Ocurre lo mismo, acentuado, en la ficción. En Guante blanco, por ejemplo. TVE estrenó anoche una serie sobre un ladrón de guante blanco y un policía que le persigue. El episodio piloto arranca con 15 minutos espléndidos, en los que se muestra el robo de unos sellos valiosos: a todos, salvo al damnificado, se nos escapa un punto de simpatía hacia los "golpes" limpios, ingeniosos y carentes de violencia. Eso, lo que hace el ladrón y lo que hará el policía, nos interesa.
Pero luego se nos introduce en una trama paralela: las vidas familiares del ladrón y el policía. Las escenas familiares de Guante blanco tienen un efecto idéntico al de cuando aparece Concha Velasco anunciando pañales para incontinentes: uno se levanta y va a hacer cualquier cosa, la que sea. La familia sólo interesa cuando se habla de la mafia, como en El Padrino o Los Soprano, porque se trata de un negocio familiar en el que abundan los conflictos internos. Y cuando se habla de la Monarquía, por las mismas razones.
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