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Reportaje:EL RINCÓN

La guarida del cazador de leones

José Antonio Labordeta no sufre tras su abandono de la política y su regreso a Zaragoza. Tiene demasiadas dudas y quizá demasiado carácter como para someterse indefinidamente a la disciplina de un partido. De su estancia en las Cortes dará cuenta en su próximo libro, Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados. Ocho años de los que en ningún momento puede olvidarse porque no hay un solo rincón de su casa en el que no aceche un pequeño león (la plaga leonina fue consecuencia del 25º aniversario del Congreso). Casi acumula tantos leones como gorras: si algo le fastidia es que la lluvia le sorprenda con la calva al descubierto. Su preferida es una gorra sueca, hecha de un material de otro planeta. Aunque a la que más cariño le guarda es a la que le acompañó bajo los soles y los nubarrones de las mil y una Españas. ¿Y la mochila? "La mochila está en el Pirineo, la pobre acabó hecha una mierda después de nueve años a mis espaldas, y eso que es de una piel cojonuda, boliviana".

La casa de Labordeta (Zaragoza, 1935) está a dos pasos de la Puerta del Carmen. Su hija Ángela vive en el quinto, y él y Juana, su mujer, en el segundo, en el que era el piso de su suegra. La biblioteca es la misma que tenía en Teruel, hace más de treinta años, compuesta sobre todo de libros de Historia, aunque con una balda reservada a sus libros y otra a los vinilos. Los vídeos y DVD de sus programas, que nunca ve, los conserva en el interior de un armario rescatado de una antigua estación ferroviaria. Desde lo alto de ese armario le observan, mientras escribe, su hermano Miguel (en una copia de la cabeza de búfalo que le forjó Pablo Serrano), su mujer, sus hijas, sus nietas y un joven Joaquín Sabina. También tiene alguna foto más colgada de las paredes. Fotos que se le van llenando de muertos.

Salvo los ordenadores, y las medicinas, "que van cambiando", todo es antiguo en este estudio superpoblado de recuerdos cariñosos y en el que permanece de pie, enfundada, su guitarra. Aunque dice que se le ha pasado la edad de hacer canciones, de vez en cuando la toca, para mantener duras las yemas de los dedos. La última canción que compuso con ella, Tercer mundo, se la inspiraron los inmigrantes que se agolpaban en una cercana estación de autobuses ya clausurada.

Labordeta echa de menos una pequeña estación meteorológica como la que tenía antes, con la que se lo pasaba pipa escudriñando el tiempo. En un reciente cumpleaños le regalaron una llave-termómetro, pero sólo le sirve como pisapapeles.

José Antonio Labordeta, en su casa de Zaragoza.
José Antonio Labordeta, en su casa de Zaragoza.PEDRO HERNÁNDEZ

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