_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Amistades tóxicas

Apesadumbrado ando con el reciente descubrimiento de que las vieiras pueden afectar a la memoria de la especie, más si cabe con la causa de Toñi Vicente, una señora que me cae muy bien, y de esos furtivos que estarán comiendo el rancho de la cárcel de Teixeiro estos días. Pobres.

Apesadumbrado de no entender (lo mismo me pasó con el anisakis que interrumpió durante meses mi ingesta de sushi) cómo se las gastan las leyes de la sanidad pública (¿es obligatorio congelar el rodaballo o fue una cortina de humo?) y a quién corresponde dar con sus huesos en la cárcel, si primero al traficante de cocaína y luego al de vieiras o, a juzgar por los hechos, si este último tiene más delito por burlar la veda y la prohibición y el otro puede campar por sus fueros porque al fin y al cabo nadie niega que su negocio es profundamente inmoral y cinematográficamente saludable. Me pasó ya en tiempos de Mario Conde y de Sito Miñanco y de Javier De la Rosa, que se me colapsaron las entendederas con ácido bórico.

No sabemos si lo que comemos está contaminado y no podemos abrir una investigación cada día

Antes de que se me eche la judicatura encima y que la hamburguesa XXL se me atraviese en lo más alto de la conciencia voy a hablar claro: no le deseo a nadie la muerte de Berezovsky ni el envenenamiento del presidente de Ucrania, pero estamos en una fase tan tóxica de la civilización que todo lo que comemos (desde los bucólicos berros de riberas fluviales contaminadas hasta los pollos albinos de granjas nauseabundas) está en tela de juicio.

Es más, hace ya mucho tiempo que sabemos que esos tomates de cuatro euros el kilogramo son transgénicos y provienen de El Ejido, que los aguacates no maduran en Perú, que la carne de ternera viene de Polonia, que el pulpo es de Namibia, que los papás son los Reyes Magos y así hasta llegar al paroxismo de la contradicción: no comerás vieiras, un mandamiento gallego por excelencia para anacoretas extremos.

Pues ya ven, a la mística se llega antes por la toxina y de paso le queda a usted un tipo esbelto como el de Julián Muñoz. Claro que refugiarse en los brazos del fast-food tiene también sus grandes inconvenientes (vean el documental Super size me, si tienen estómago) y que la cocina de autor está tan sobrevalorada que uno tiene que ganar la primitiva para poder ir al santuario de Ferrán Adriá en la Costa Brava.

Bien es cierto que con esto de la cocina parece que no nos ponemos todos de acuerdo (bueno hay alguien que sí, De Guzmán, jugador del Deportivo , uno de los nuestros que dice que no se va a Inglaterra porque allí no hay pulpo) a no ser que definitivamente nos entreguemos a esa máxima que implica que lo que no mata engorda o, a tenor de la nouvelle cuisine, lo que te entra por los ojos te sale por la visa. Dos posturas extremas (Adriá y Santamaría, el ketchup y el salmorejo) que se pueden conciliar al modo céltico de Fraga, ¡qué están contaminados los mejillones, póngame una docenita y que vengan las cámaras; que hay radiación en Palomares, pues pásame el bañador que me tiro en plancha! Hay gente que todavía denigra de Darwin como Sarah Palin, imagínense lo que pensarán de la comida, pero ya digo que hay que respetar el ordenamiento hasta en sus mínimos detalles. Y hasta dónde yo sé las vieiras no van a causar la muerte de toda la tribu (otra cosa sería algo tan popular como el pollo al que Solbes culpa de la inflación), pero sí pueden derivar en una amnesia repentina del Parlamento Gallego, puesto que sus señorías prefieren el modo visceral y arcaico de la señora Vicente de preparan las deliciosas Saint-Jacques. El placer, ya saben, entraña sus riesgos.

No me interpreten ustedes mal: no sabemos hasta qué punto está contaminado lo que comemos y no vale la pena abrir una investigación cada día y a cada hora. Hay sospechas de que está todo más que oscuro en este capítulo y no basta con el libro de reclamaciones y que parte de la justicia se dedique a abrir causas contra los cocineros más mediáticos con estrella Michelin; no está bien que los dioses de la lujuria nos den saco. Sin embargo, no deja de ser frívolo que unos furtivos de vieiras a un euro la pieza estén en Teixeiro y mil kilos de farlopa navegando por el océano en busca de autor. Bueno que empiezo a repetirme, será que estoy perdiendo memoria.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_