"Vi como el agua engullía un cadáver delante de mí"
En los minutos posteriores al accidente del avión de Spanair, algunos empleados de Barajas, e incluso en la torre de control, creyeron que la columna de humo negro que emergía a la derecha de la pista 36L, en la T-4, era una lumbre hecha por un espontáneo que quemaba neumáticos. Pero operarios de Barajas como Enrique A. lo tuvieron claro desde el principio. "Cordi, el avión se ha caído, se ha caído".
Enrique acababa de asistir en tierra al JK5022 siniestrado y había compartido con su comandante los minutos previos a su salida. Algo indujo a Enrique a quedarse en el parking para ver despegar la nave. Sus ojos lo vieron todo. Y corrió a la oficina a contarlo. Tan nervioso le vieron sus compañeros que, sin terminar de creerle, se asomaron a la ventana. Desde allí se veía la columna de humo negro a la que aludía Enrique atropelladamente, exhausto, señalando hacia abajo con su dedo pulgar y repitiendo: "El hotel fox papa se ha caído. Lo he visto balancearse y levantar el morro, y luego una polvareda y humo negro...".
Un compañero de la oficina llamó a la torre de control para preguntar qué ocurría. Primero le dijeron que estaban quemando unas ruedas, pero unos minutos después volvió a llamar. Colgó el teléfono y dijo a los demás, con Enrique llorando. "¡Chicos, es el JK5022, se ha caído!".
Las diligencias de la Guardia Civil describen, a través de los testimonios de supervivientes, testigos, controladores aéreos y operarios de Barajas la crudeza de aquellas horas de terror. También la reacción de los operarios cuando se cercioraron de que el humo no era de ruedas chamuscadas ni el efecto de un avión que, como también se creyó en principio, se había salido de la pista. Era la terrible constatación de la más grave catástrofe aérea ocurrida en 25 años en el principal aeropuerto de España. 154 muertos entre los 172 pasajeros. Sólo 18 supervivientes.
Gritos en la cabina
Quienes no tuvieron la menor duda de la envergadura de la tragedia fueron los miembros de la tripulación de un jumbo de Iberia que se disponía a tomar tierra en Barajas procedente de Guayaquil (Ecuador). Eran las 14.24 cuando la azafata Miriam R. H. escuchó gritar al comandante de su avión. Miriam se asustó y entró en la cabina. El silencio había sustituido a las exclamaciones del comandante. Miriam no tuvo que preguntar qué ocurría. "A través de la cristalera de la cabina, enfrente, un poco a la izquierda, vi una llamarada de fuego y humo". Cabizbajo, el comandante comentó que era un avión de Spanair: "Estábamos viendo que se comía la pista. Y a los 14 segundos le pegó un petardazo el motor izquierdo. Luego cayó como una hoja".
Apenas pasó un minuto desde que el avión se precipitó al suelo y rebotó tres veces en el sembrado a lo largo de 1.200 metros hasta que se detuvo, convertido en un amasijo de hierros, en los aledaños de un arroyo cercano a la pista 36L. El avión se hizo pedazos y muchos de los supervivientes fueron hallados sobre el agua del río.
Al igual que otros heridos, Leandro O. notó un zigzag cuando el aparato acaba de levantarse y luego "un bandazo a la derecha" antes de caer al suelo. Su relato es estremecedor: "Entre bandazos, veía la pista, el cielo, la pista, y así en varias ocasiones". Él, como todos los supervivientes, iba en los asientos delanteros. El azar quiso que sólo uno de los 18 supervivientes viajase en la parte trasera del avión. Tras el golpe definitivo (no llegó a perder la conciencia), Leandro empezó a notar "que corría agua por debajo" de su cuerpo. "El agua estaba caliente, olía y sabía a gasolina. También vi sangre que fluía por el agua. Y cómo el cadáver de un hombre que estaba frente a mí era engullido por el agua hasta desaparecer por completo".
En la torre de control no habían advertido nada raro. Los controladores que hablaron con el comandante aseguran que le dieron luz verde para despegar, sin más, y que sólo volvieron a reparar en el MD-82 al ver las llamas y el humo.
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