La actriz que echó a correr
LLEGA en moto, de paquete, con los cinco minutos de retraso que mandan los cánones, la cara lavada y una mochila deportiva blanca decorada a boli por ella misma. La trae su novio, un chico que podría pasar como guitarrista de un grupo de rock por su desaliño contenido. María Valverde baja de un salto, le estampa un beso y se entrega a sus labores promocionales. Para eso se quita las gafas de ver, pide un agua mineral y sonríe con naturalidad mientras toma asiento en el café de un hotel de diseño. Porque si hay algo que destila María Valverde es naturalidad. Saca de su bolsa la agenda para concertar con uno de los promotores de El rey de la montaña otra jornada de entrevistas. No puede hasta mediados de la semana siguiente. El 12 de septiembre, el mismo día que la peli, estrena en el teatro Albéniz de Madrid Puerta del Sol, un episodio nacional, de Juan Carlos Pérez de la Fuente, y ensaya cada día "de tres de la tarde a una de la madrugada". Eso no le da mucho margen para nada más.
A sus 21 años goza de la misma frescura que a los 15, cuando se hizo con el Goya a la mejor actriz revelación por La flaqueza del bolchevique. Aunque algo en su expresión delata que desde aquel pistoletazo de salida ha vivido varias vidas en su carrera. Tras su fachada espontánea uno no puede evitar preguntarse cuántas Marías se ocultan ahí dentro. La que tengo hoy delante es Bea, la protagonista de El rey de la montaña, una enigmática joven que pierde el culo esquivando balazos en un bosque aislado junto a Leonardo Sbaraglia, huyendo de un enemigo invisible. El director de este thriller al límite, Gonzalo López-Gallego, la sometió a mil perrerías desde el día uno, en que la persiguió con una cámara dando alaridos por el campo como prueba de casting. "Yo pensaba: 'Este tío me va a hacer algo...", recuerda con una sonrisa que se estira más allá de las comisuras. "Me picaba diciéndome que no tenía ni idea de correr. Ya sé que no soy Will Smith, pero no creo que lo haga tan mal. Así que me lo tomé súper en serio. Estuve un año con un entrenador sólo por dar la talla para él. Gonzalo me ha retado constantemente, estimulando mi afán de superación, pero siempre con generosidad, esforzándose él antes que nadie. Rodábamos 12 horas en un entorno superinhóspito, en el monte, lloviendo... Era como 'Por dios, que se acabe ya'. Sin embargo, viendo el resultado, todo eso compensa. Y se lo debo todo a Gonzalo, que es quien me llevó a explorar algunos de mis límites. Pero no sé yo si lo volvería a hacer", y la sonrisa elástica estalla en risas.
La película se ha convertido en una pequeña gran sensación allá donde se ha proyectado, desde el Festival de Toronto hasta Sitges, pasando por su estreno en Francia este verano y Australia, donde, inexplicablamente, ya está en DVD. López-Gallego, que prefiere no entrar en detalles sobre su retraso en España, ya tiene dos proyectos con producción estadounidense: Solo ("Una mezcla entre Misery y El lago azul, según la productora, aunque yo cambio ésta última por El señor de las moscas", especifica el realizador) y Contamination ("En la línea de El resplandor, Repulsión y La semilla del diablo").
Confiesa que María Valverde no era su primera opción, ni la segunda. Sin embargo, los productores insistieron, y ella superó "la prueba del bosque". "Me parece lo más lógico que existan varias candidatas a un papel", asume ella. "De hecho, que te ofrezcan uno pensado para ti no resulta emocionante. También es muy bonito sufrir un poco y esforzarte por conseguir las cosas". Valverde acabó pasando tardes enteras en el estudio del director, envuelta en la atmósfera de la película. "Nunca había trabajado con nadie que lo tuviera todo tan calibrado antes de rodar, la tenía ya medio hecha con referencias de otras, planos de videojuegos, dibujos...". Compartieron hasta su devoción por las videoconsolas. "Antes de la peli estaba enganchada a Lara Croft. Me compré una PlayStation para conquistar al que ahora es mi chico. Es un adicto total a los videojuegos y a los cómics".
María Valverde siempre quiso volar. En el colegio la llamaban María Valmarte; quería ser astronauta. Después, al ver una figura de Botero en la plaza de Colón, no sabe muy bien por qué, dijo a su madre: "Mama, yo quiero morirme y que la gente me conozca". Después de 10 películas, ya puede diñarla a gusto. La última supone su estreno en inglés. Acaba de regresar de Dublín, donde ha filmado Cracks, un drama mágico en un colegio británico para señoritas durante la Segunda Guerra Mundial. Lo ha hecho junto a Juno Temple (la hija de Julien Temple), Imogen Poots (la niña de 28 semanas después) y Eva Green (la belleza revolucionaria de Los soñadores), bajo la dirección de Jordan Scott (hija de Ridley Scott). Casi nada. "Ha sido uno de los mejores rodajes de mi vida. Compartía pasillo de hotel con las otras protagonistas, y con ellas he vivido todo lo que no había vivido en mi adolescencia". En sus viajes combate el miedo al desarraigo personalizando las habitaciones. "Estar sola en un hotel te consume. Por eso yo siempre viajo con dos básicos en mi maleta: [la goma adhesiva] Blu Tack y una navaja multiusos. En cuanto llego a mi destino muevo los muebles, busco adornos, cuelgo fotografías... Aquí compré un montón de plantas para poner en mi balcón, que acabé regalando a los miembros del equipo".
Aunque dice que si tuviera una máquina del tiempo le gustaría asomarse a la Edad Media ("Por los castillos y esos vestidos tan chulos"), últimamente parece atrapada en los años treinta. En diciembre encarnará al amor de Óscar Jaenada en La mula, una historia sobre un héroe en plena Guerra Civil. Y en breve estrenará La mujer del anarquista, donde ejerce de esposa de Juan Diego Botto, un periodista oculto tras su apoyo a la causa republicana. "Interpreto a una mujer 10 años mayor que yo. Me inspiré en mi abuela. Literalmente". En su antebrazo izquierdo lleva tatuado, con su propia caligrafía, miniñamicielo, un mantra de su abuela. Parece tener predilección por las mujeres mayores. "No me había parado a pensarlo así, pero sí, creo que es porque son las personas que te pueden enseñar más". Ahora le envuelve la magia de María Alfonsa Rosso, con quien trabaja en el teatro. Antes fue Geraldine Chaplin, su abuela en Melissa P., la película sobre el despertar sexual que le trajo el éxito en Italia con sólo 17 años.
Aquella polémica cinta supuso su primer dilema entre lo personal y lo profesional. Aceptar un papel tan subido de tono le costó la relación con un novio. "A veces hay que ser egoísta para llegar a ser quien tú quieres. Y si la gente no está de acuerdo, que se quede en el camino. Mi padre siempre me ha dicho: 'Sé feliz'. Es el mejor consejo, algo que resulta fácil de decir y muy difícil de conseguir". El de su madre es "Haz lo que esté en tu mano". "En cuanto puedo me escapo al colegio de niños incapacitados en el que trabaja para ayudarla. Es la mejor manera de desconectar de tu vida, de darte cuenta de que nada de lo que te pueda llegar a pasar es realmente importante".
El rey de la montaña se estrena el 12 de septiembre.
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