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Columna
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Ausentes y despistados

Menuda temporada nos están dando con lo de la puñetera crisis. No hay día que pase sin leer en algún editorial de prensa especializada o escuchar por boca de algún reputado experto internacional la enormidad del desastre que se avecina. Justamente los mismos actores que, hace ahora un año, pronosticaban exactamente lo contrario: que la economía se hallaba inmersa en una inacabable senda de prosperidad jamás vista hasta entonces.

Naturalmente nadie puede exigir a los economistas que sean exactos en sus predicciones (en el complejo campo de las ciencias sociales los imprevistos son mucho más frecuentes de lo que parece). Sin embargo, hay algo que éstos sí podrían hacer muy bien y no hacen. Como alertar, por ejemplo, de los posibles riesgos futuros de la exuberancia irracional de nuestras acciones presentes, aunque ello se considere políticamente incorrecto en épocas de prosperidad generalizada.

Algunos acertarán, por casualidad, y otros volverán a hacer el ridículo más espantoso

Pero en los momentos álgidos de la expansión que se prolongó hasta el último trimestre del 2007 a una gran parte de ellos (los más adictos al stablishment financiero del Imperio) les importó un bledo mirar debajo de la manta y averiguar qué era lo que de verdad estaba ocurriendo en el mismo corazón de Wall Street, ante la mirada ausente de unos reguladores a quienes G.W. Bush había jubilado anticipadamente haciendo gala de un liberalismo digno de mejor causa.

Tampoco por estas tierras importaba mucho detenerse en calibrar los riesgos futuros que podrían derivarse de una prolongada onda expansiva liderada casi en exclusiva por el sector de la construcción, con la complicidad de unas alegres entidades financieras, y de unos ciudadanos endeudados hasta las cejas obsesionados en alcanzar la condición de inversores ventajistas. O sea, todos los ingredientes necesarios para cebar una burbuja inmobiliario-financiera en toda regla.

Entonces, de repente, algo falló, como siempre, tras la aparición de alguna variable imprevista no incluida en los modelos, y el castillo de naipes se derrumbó tan aparatosamente como estrafalaria había sido su propia construcción.

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Y ahora, en lugar de dejarnos disfrutar del ocio veraniego, los mismos expertos que no acertaron ni una hace tan solo unos meses, vuelven a la carga. Desde la "amenaza de un nuevo Crack del 29" hasta el vaticinio de una "crisis intensa pero de corta duración", toda una variedad de opiniones están siendo aireadas por aquellos en los medios de comunicación. Algunos acertarán, por casualidad, y otros volverán a hacer el ridículo más espantoso. Pero mientras tanto habrán cumplido el objetivo principal de amargarnos las vacaciones.

Porque, no nos engañemos, aquí la única verdad constatable es que por culpa de la desmedida ambición de un enjambre de promotores, propios y sobrevenidos, y el comportamiento irresponsable de unas entidades financieras entusiasmadas con el carnaval ladrillero, a las empresas de verdad, aquellas que no pueden especular aunque quisieran, a las que realizan una actividad productiva con resultados a medio plazo obteniendo unos beneficios "normales" en medio de la asfixiante competencia global, ya no les presta nadie ni un euro (sean estas malas, regulares o buenas).

Y yo pregunto: ¿es así cómo vamos a cambiar el modelo productivo del que ahora todo el mundo habla (con diez años de retraso)? Aún más: ¿dónde están el ministro de Industria y la ministra de Innovación en unos momentos tan necesitados de liderazgo político y propuestas de futuro? Y en fin, ¿cómo es posible que con todas las competencias en manos de la Generalitat (el turismo, la industria, el urbanismo y el comercio), incluyendo el control político de las cajas de ahorro, todavía, a estas alturas, parezca que la cosa no va con ella, dedicándose sus más altos responsables políticos, casi en exclusiva, a promocionar la Fórmula 1 en medio de la debacle general?

Unos genios del escapismo, el despiste y el marketing. Eso es lo que son. Por eso les admiro tanto.

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