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Reportaje:VUELTA 2008 | Segunda etapa

Una Vuelta sin José Joaquín

La organización de la carrera ya no cuenta con 'el soltero de oro de Liédana', fallecido en el accidente aéreo de Barajas

Carlos Arribas

Cuando ya, una vez más, uno había perdido toda su fe en el ser humano y se respondía a sí mismo "perro" sin dudar cuando se preguntaba con quién preferiría compartir sus sentimientos, si con el hombre o con el noble animal de compañía, bastaba un minuto de conversación con José Joaquín, una llamada suya, el simple recuerdo de su persona, nada más, para decidir que Hobbes, el del hombre es un lobo para el hombre, no era más que un británico amargado y Swift un misántropo sin solución, para pensar que la vida es bella y que la bondad es el estado natural del hombre. José Joaquín no sólo era un verdadero ingenuo, una persona buena en cuya cabeza no cabía que alguien pudiera actuar con maldad, que a alguien no le importara hacer daño con tal de lograr sus objetivos, sino que contagiaba a la gente con la que se movía de ese sentimiento. Su incomprensión del mal no le convertía en un marciano.

Una persona buena en cuya cabeza no cabía que alguien pudiera actuar con maldad
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Alejandro 'Bolt'

Hace años, cuando la Vuelta era aún el negocio familiar de los hermanos Franco, a José Joaquín Pérez de Óbanos, el soltero de oro de Liédena, como le llamaba José Luis Oreja -"al español pillo se le engaña con el brillo", su lema de fabricante de cromados- cuando quería buscar los límites a su bondad, se le veía todos los días en la [Oficina] Permanente de la carrera. Antes de la hora de comer no era muy complicado arrancarle de los papeles de la oficina y llevárselo al bar de la esquina para tomar un vino y charlar mientras los corredores se encontraban aún a dos, tres horas, de la meta.

Se podía hablar de ciclismo, de ciclistas, del dolor que le producía ver el abandono del Chava, por ejemplo, o de la alegría de ver cómo crecían los juveniles, los amateur, los chavales que su amigo José Miguel iba ascendiendo al primer equipo del Banesto y de cuya vida y milagros ya lo sabía todo antes que nadie. Y también se podía hablar, y de ello se hablaba más, de la vida. De política. De su vida como líder agrario, como misionero del movimiento cooperativo -siempre, claro, soportando estoicamente, su aguante no parecía tener límites, los puyazos de su amigo Oreja sobre su condición de terrateniente antes que de campesino-, de la vez aquella, en su época de megáfono, pancarta y tractorada, en que se sentó junto a otros en las escaleras del palacio de la Moncloa y de allí sólo le movieron los antidisturbios enviados por Adolfo Suárez. Después, poco antes de volver a los papeles y luciendo su generosidad, tan grande como profunda era su incomprensión del mal, preguntaba: "Bueno, ¿y qué es lo que necesitas?". Y eso podía ser una invitación para un compromiso o una mesa en el restaurante de moda de Madrid, que lleva un amigo navarro de Azagra, donde era imposible ir a cenar sin una reserva de dos semanas. Todo lo conseguía. Nada parecía costarle trabajo.

Últimamente, José Joaquín ya no trabajaba en la Permanente de la Vuelta, pero no había año en que no se pasara varios días por la carrera, y también por el Tour. Iba con los del equipo de Eusebio Unzue y José Miguel Echavarri, un trabajador que, a la chita callando, lo mismo organizaba el orden de los pasajeros invitados en la última etapa del Tour, las vueltas por los Campos Elíseos -con lo que siempre se perdía el gin tonic del Crillon-, como las comidas con el estofado de san Fermín, como la logística de vehículos de una etapa de montaña, igual que años antes había sido vital en la organización de los récords de la hora de su amigo Miguel Indurain o de aquella etapa del Tour que llegó a Pamplona en 1996. Y todos los inviernos dejaba invadir su trujal de Liédena, a la sombra de la casona familiar que tan amorosamente acababa de terminar de restaurar con tantos recuerdos del monasterio de Leire, que sus antepasados ayudaron a conservar en los años de la desamortización, por la bulla y la algarabía de la peña El Gesto, por todos los amigos que, aquel día sí, sólo hablaban de ciclismo.

José Joaquín, pasajero del avión de Spanair que se estrelló en Barajas, murió el 20 de agosto. Envejecer es aprender a quedarse solo, algo que no por saberlo deja de doler cada vez más.

José Joaquín Pérez.
José Joaquín Pérez.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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