Mucho ruido, pocas nueces
La fiesta del Valencia Street Circuit se contagia del 'eventismo' del PP
Una de las claves para entender la Fórmula 1 está en el uso de tapones para los oídos. Y es que, mucho ruido para tan pocas nueces. Bueno al tajo. Tajo: la fiesta oficial Valencia Street Circuit que se celebró el sábado en los Jardines del Real. La fiesta se exponía al riesgo de ser leída, pues, como un excéntrico ejercicio de vanityfairismo dejando fuera de cuadro su condición de premeditada cap-i-casal. Y fue más de lo mismo. Aquello se convirtió en un gigantesco paddock de las más diversas carrocerías. Congregación bárbara de celebrities exportadas a base de talonario, políticos del PP -convertidos ya en una suerte de nobleza valenciana ecuménica-, empresarios relacionados con la cosa, deportistas despistados, periodistas con cara de qué-buenos-son-que-nos-llevan-de-excursión, modelos de diversa fortuna, el pack de diseñadores excluyentes, y algún personaje de película serie Z. Verbigracia: todos juntos por la F-1.
Lejos quedan ya aquellos cursos intensivos de náutica. Lo de Valencia capital helvética. Lo de maniobras en la dársena y el rumbo aguja. La Fórmula 1 es un espectáculo fundamentado en la rentabilidad y la gratificación de las expectativas de las gradas. Y sus gradas están bien apuntaladas. En la pole position de la fiesta, una Rita Barberá que abandonó su rojo turba por el black-is-the-new-black; la portavoz del PP en el congreso, Soraya Saénz de Santamaría, elevada a los altares populares en unos stilettos imposibles; el esquivo ex ministro Ángel Acebes realizando unas chicanes para evitar el fotocall inmortalizador; y los Ramblas y Costas de rigor... proporcionaron unos momentos que, como decía Susan Sontag a propósito del camp, "de una seriedad que fracasa".
En el pit lane, forzando el glamour hasta un extremo irritante, a falta de Pé buena es Paz. Apareció Paz Vega y marido. Y con ella toda una serie de rostros televisivos: Miguel Ángel Silvestre, Toni Cantó, Eloy Azorín, Marta Sánchez, Arturo Valls, Vicky Martín Berrocal y demás famosos invasores de esa intimidad compartida que es nuestro imaginario colectivo. ¡Sin tele no hay paraíso! Mención aparte, aquellos utilitarios de la pit wall: Brigitte Nielsen, esa exorbitante ¿actriz? de aspecto bávaro que la comunidad cinéfaga elevó automáticamente (tras su boda con Stallone) en diva de la serie Z; o ese otro icono del gusto lateral que es la nietísima Carmen Martínez-Bordiú (no-sin-mi-Pazo) devenida en musa de los lectores de Pronto, acuñadora de lapidarias declaraciones -"Quien piense que he preferido una exclusiva a mi hijo es mala gente"-, y adicta a los eventos valencianos.
El eventismo es el lenguaje de la nueva derecha, bueno de la derecha de toda la vida por estos lares. Lo reproduce tanto que consigue crear algo novedoso a través de la reiteración. Es decir, de la nada. La fiesta fue trascurriendo entre fuertes frenadas (ante las barras de Möet & Chandon) y grandes aceleraciones tras las bandejas de suquet de rochos y vieira gallega. La cena ya fue otro cantar, amenizada por la London Community Gospel Choir, y amenazada por la lluvia. El menú elaborado por el chef valenciano Alejandro del Toro, galardonado con una estrella Michelin, incluía bollit de lluç, bogavante salvaje y texturas de agua de Valencia. Y sus plegarias fueron atendidas.
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