Una meta que se resiste
Pese a las cuatro medallas logradas ayer, España no cumplirá su objetivo de superar los 22 éxitos de Barcelona - Natación, atletismo y gimnasia han supuesto el mayor fiasco
Las cuatro medallas conseguidas ayer por España no alcanzan para lograr el ambicioso objetivo que tenían subrayado sus rectores deportivos, que se fijaron como meta los 22 premios obtenidos en Barcelona. La delegación suma ya 16 galardones, tiene garantizado otro con el baloncesto, que hoy disputa la final ante Estados Unidos (8.30 hora peninsular española); una ligera esperanza con el balonmano, que se juega el bronce ante Croacia (7.30), y otra muy remota en el maratón, que clausurará la cartelera deportiva. Imposible igualar el botín de Barcelona (22 medallas) y tampoco el de Atenas (19). Ya se ha superado el de Sidney (11), puede caer el de Atlanta (17) y se han aumentado los tres oros de 2000 y 2004. España, en términos deportivos, es un país de referencia y su crecimiento es incuestionable, pero el techo de Barcelona se le resiste 16 años después.
Piragüismo, vela y sincronizada demuestran el idilio español con el agua
La selección de baloncesto afronta hoy su 'dream match' particular
Los números no siempre son el mejor espejo, pero sí la primera base para cualquier análisis. En muchos aspectos, los resultados de Pekín son satisfactorios; en otros, no. Hace cuatro años, en Grecia, hubo 51 finalistas españoles; en China, a falta de la jornada de hoy, 34. Los diplomados no puntúan en el medallero, pero revelan cierta pujanza siempre que se trate de jóvenes, no de veteranos al cierre de su carrera, como en muchos casos ha sucedido en estos Juegos. También es cierto que algunos que llegaron a la cabeza de sus deportes se han quedado a un palmo de la medalla, caso de Marina Alabau, Alberto Contador y Javier Gómez Noya, o no muy lejos, como Paquillo Fernández.
Mientras buena parte de las medallas provienen de deportes de alto nivel profesional que no dependen exclusivamente de las huchas y estructuras federativas, caso del tenis, el ciclismo o el baloncesto, el mayor fiasco español se ha producido en los tres principales deportes olímpicos. Los resultados de la natación, como es habitual, han sido tercermundistas; en gimnasia, con el equipo femenino no clasificado, el masculino no logró un puesto en la final y, entre sus solistas, de nuevo sólo tuvo eco Gervasio Deferr, a un paso del retiro con 27 años, tres Juegos en la mochila y las articulaciones muy castigadas, y el atletismo, cuyo mejor resultado lo ha obtenido Jesús Ángel García Bragado, de 38 años, ha rebobinado hasta Seúl 1988, la última vez que, como en Pekín, se quedó con el casillero en blanco. Las tres disciplinas precisan una profunda reforma, aunque en el caso de la natación parece que sea un problema patológico.
Nadadores al margen, el gran éxito de España es que mantiene su idilio con el agua, ya sea en el ballet sincronizado, el piragüismo o la vela. Ayer, Saúl Craviotto y Carlos Pérez Rial lograron el oro en K-2 500 metros unas horas antes de que su entrenador, Miguel García, sea probablemente despedido. Con una carta al respecto llegó a Pekín. El imprevisto triunfo de Craviotto y Pérez Rial se produjo instantes después de que David Cal, al que apuntaban todos los focos, se colgara su segunda medalla en el canal chino, también de plata, y la cuarta de su carrera. El gallego llegó tan desfondado que una subida del ácido láctico le provocó vómitos cuando estaba en plena ceremonia de la entrega de medallas. También sobre el agua y por partida doble, como Cal, se exhibieron las nadadoras de Anna Tarrés en la sincronizada, donde recogieron una plata por equipos. Definitivamente, España es una superpotencia en esta disciplina acuática. Como lo es en hockey sobre hierba aunque el equipo masculino perdiera el oro contra Alemania (1-0).
Como broche a la participación española, la selección de baloncesto afrontará hoy su dream match particular, una final olímpica frente a Estados Unidos y su selecto equipo de la NBA. Un reto sideral, mucho mayor que el que se había planteado la delegación española.
No se trata de un fracaso, ni mucho menos, pero sí de un objetivo incumplido. Y siempre conviene ser ambicioso. Como lo fue Jaime Lissavetzky, secretario de Estado para el Deporte, el día que se apagó la antorcha de Atenas: "Es el momento de dar el salto y no colocar a Barcelona 1992 como medida. España debería situarse por encima de las 22 medallas y establecerse con firmeza en esa posición". Tras un minucioso repaso a Pekín y la cirugía necesaria, de nuevo ésa debe ser la meta para Londres. Los imborrables y sucesivos éxitos del deporte profesional no deben enmascarar algunas deficiencias en otros sectores de menos cuajo. Muchas se han superado, pero no todas. Tiempo hay, y España no parte de cero porque en los últimos años también desde las altas instancias del deporte se ha pegado un estirón considerable.
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