La ciudad de los diez puentes
"Os amo, /flores lejanas, /jóvenes reyes /del monte misterioso", escribe Juan Gil-Albert, el insigne alcoyano, en su poema Sobre unos lirios. Y sin duda recuerda al escribirlo la flora que envuelve su ciudad y su región, llena de valles y parques naturales, de flores y de olores, de hierbas y de árboles, cual el pino y el tejo, que se expanden por la Teixeira d'Agres como en si en la misma Centroeuropa se encontrasen.
Son muchos los montes que aquí se hallan, y también las especies arbóreas que los pueblan y verdean: las carrascas, y sus complementarios, los chopos y los sauces; todos viven en el Racó de San Buenaventura, aunque los encontraremos según nuestros pasos se encaminen, dentro del paraje natural, hacia las zonas secas o a las húmedas que riega el río Polop.
También pinos, y aliagas y romeros, en la Sierra de Mariola; seguidos por el fresno, el arce y el quejigo. Y la misma flora en la Font Roja, aquí intercalada por la carrasca -que da nombre al paraje- y teniendo por bajo de ellas, en lo que altura se refiere, a la hiedra y al durillo, especies también exóticas en nuestra reseca Comunidad.
Alcoi está en un valle que se ve arropado por la Sierra de Mariola y otras crestas montaraces, como las que forman l'Ombria y la Carrasqueta y la Font Roja. Surcan sus tierras tres ríos, el Riquer, Benisaidó y Moliner, afluentes éstos del Serpis, que le confieren algunas humedades y más barrancos, a los que hay que superar mediante la ingeniería. Por eso la ciudad tiene diez puentes, entre los que se cuentan antiguos y modernos, de este siglo y del anterior, y aún de otros más lejanos.
Visitamos Alcoi y comemos allí. Quizás una olleta, cuyo nombre todo lo dice: reunión en una perola de varios productos para que juntos se amen; alubias y pencas, con carne de cerdo y morcillas, para que cuezan y unas a otras se den sabor, para que los comensales de tan salutífero plato puedan disfrutar de los desfiles de moros y cristianos sin desfallecer, merced a la íntima unión que se ha producido ante el fuego entre las grasas, las proteínas y los hidratos, y que da lugar a una panoplia de calorías que no salta el más pintado, lo cual propicia que no se dobleguen las rodillas del caballero ni del infiel cuando en sus desfiles ante la multitud nos exhiban, con todo lujo, el recuerdo de sus batallas.
O bien, para comenzar, una pericana, singular plato que inunda los pueblos del contorno y se adentra por las tierras del interior hacia el sur. Salada ensalada, condimentada con un exceso de aceite y unos ajos laminados, con sus pimientos y su bacalao. Pimientos fritos o secos, según vicio del lugar; que se transmutan en ñoras así vamos tierra abajo, pueblos donde se imponen.
Y una borreta para continuar, que son buenas las sopas para hidratar los cuerpos: patatas, espinacas, y más bacalao, con el agua que las mezcla y acompaña.
Como observamos, bacalao por doquier, signo de las tierras lejanas al mar, sobrias, como sus poetas.
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