Los Juegos que pudieron ser
El 24 de diciembre de 1979, la Unión Soviética invadió Afganistán. Los Juegos de la XXII Olimpiada, que comenzarían en Moscú el 19 de julio del año siguiente, quedaban aún más sentenciados de lo que podían estarlo con la tensión política de bloques. El presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, promovió el boicot por parte de los países occidentales y el daño fue mucho mayor que en Montreal. Aun en contra de sus gobiernos, la presencia de algunas potencias medias como Francia, Italia, Reino Unido y Australia no pudieron salvar las ausencias de Estados Unidos, la RFA y Japón. No participaron 65 países, la mayoría por quedar bien y no molestar a los norteamericanos. Las competiciones quedaron devaluadas, especialmente el atletismo y la natación.
La política dejó la cita de Moscú en los Juegos que pudieron ser, pero hubo momentos que habrían sido en cualquier caso. Para la historia quedará la imagen del triunfo del británico Sebastian Coe en los 1.500 metros. Tras perder los 800 contra su gran rival, Steve Ovett, se tomó la revancha de su gran duelo particular en la prueba reina del atletismo cuando su compatriota estaba invicto desde 1977. Venció con los brazos levantados y los ojos muy abiertos, mirando al cielo, como un enloquecido. El gestor que años después también ganaría en Singapur los Juegos de 2012 para Londres siempre ha sido un encantador de hazañas. Cuando le preguntaron por el gesto, dijo: "Después de todo, en alguna parte habrá alguien que me quiera".
El británico Alan Wells y el italiano Pietro Mennea fueron los últimos oros blancos en la velocidad tras el ucranio Valeri Borzov en Múnich 1972. Otro síntoma de las ausencias.
Cuatro días antes de la inauguración, España ganó en los despachos la medalla más importante e inesperada. Juan Antonio Samaranch fue elegido presidente del COI en los momentos más difíciles del olimpismo. Además de la crisis causada por la política, se encontraba un movimiento anticuado y en la ruina. Pero el sueño de su vida se convertiría en una realidad boyante a través de un camino complejo, lleno de luces y sombras, que duraría hasta 2001.
La URSS preparó unos Juegos colosales, a la medida de su tamaño y el absoluto control estatal. Ni se inmutó ante la ausencia de muchas estrellas. Su dominio en el medallero fue tan abrumador como ficticio. Dobló casi a la RDA y entre ambas se llevaron más del 60% de los podios.
Entre los 80 países participantes estuvo España, sin bandera, porque el gobierno de Adolfo Suárez consideró "no deseable" la presencia. Pero la aprovechó. En medio de las bajas sumó seis medallas, la mejor cosecha de su historia. La de plata en hockey fue especialmente favorecida, pues de los mejores equipos que jugaron cuatro años antes sólo estuvieron los españoles, sextos entonces, y la India, séptima, que ganó la final a España. También fue afortunado el segundo puesto en los 100 metros mariposa de David López Zubero, el mayor de los hermanos cuyo padre aragonés se empeñó en que nadaran por España, aunque nacieran y se sentían de Estados Unidos. La baja de sus compatriotas le vino muy bien. En vela, Alejandro Abascal subió al oro en Flying Duchtman con Miguel Noguer.
Las platas y el bronce en atletismo y piragüismo sí fueron reales. Jordi Llopart logró la primera medalla histórica en los 50 kilómetros de la laureada marcha. Herminio Menéndez, segundo en el K-2 sobre 500 metros con Guillermo del Riego, y tercero en 1.000 con Ramos Misioné, se convirtió en el máximo medallista español tras la primera plata de Montreal en el K-4.
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