Goya como un cómic oscuro
La obra de Francisco de Goya está presente en el imaginario de las artes escénicas españolas desde el siglo XIX. Lo goyesco, que significa también terrible, de verdadera pesadilla (como ocurre aquí), incluso sirve para enmarcar una tendencia dentro de la danza teatral española.
Miguel Ángel Berna ha hecho un espectáculo para los fastos de la Expo de Zaragoza (y que se puede ver hasta hoy) sobre las series negras de Goya. A saber, las pinturas y las incisiones, los dibujos y las series de la guerra. El resultado, más que discutible tanto en lo estrictamente coreutico como en lo estético, es un largo (más de hora y media) ir y venir de personajes estrafalarios en torno suyo como protagonista único y estelar. Hay poco baile. De hecho, solamente Berna ensaya algunas frases repetitivas de sus maneras hoy ya manierísticas y exageradas, rebosadas de ángulos poco musicales, estridentes en su acentuación, que quiere ser virtuosa y es simplemente ruidosa.
GOYA, EL SUEÑO DE LA RAZÓN
Compañía de danza de Miguel Ángel Berna. Coreografía: Miguel Ángel Berna. Guión y dirección: Luis Olmos.
Música: Joaquín Pardinilla y Alberto Artigas.
Palacio de Congresos, Expo Zaragoza.
Refugiada en lugares comunes, la obra recurre a imágenes soportadas por un aparato audiovisual
En la obra se gestionan o, más bien, se bocetan deslavazadamente varios segmentos joteros acompañados de unas infelices castañuelas metálicas pulsadas a la manera primitiva, con el dedo corazón como eje, con un resultado infernal para el oído e injusto para el empaste coreutico que se quiere justificar a través de la herencia del vallisoletano Vicente Escudero, cuando en ese artista tenían un sentido absolutamente distinto y diríase que hasta inverso. No tiene en cuenta Berna que los crótalos metálicos, cuando se usan en distintos bailes y regiones del mundo (sobre todo oriental, desde la India a Egipto) responden a otros metros rítmicos y a otras paletas tímbricas y armónicas.
Refugiada en lugares comunes, la obra Goya, el sueño de la razón produce monstruos recurre a imágenes soportadas por un amplio aparato audiovisual (muy bien realizado en lo estrictamente técnico por Álvaro Luna), que manipula en exceso la obra del pintor aragonés hasta convertirla en una especie de cómic oscilante. Así, se mezclan las imágenes, se cambian las composiciones originales, se hace bailar a ciertos dibujos y hasta se hacen collages con los rostros del Aquelarre.
Tengo muchas dudas sobre la necesidad de sacrificar la herencia artística de Goya para recrearla. Lo tenebroso no deriva necesariamente en tenebrista. Luces de Juan Gómez Cornejo y escenografía de Juan Pedro Gaspar eficientes no bastan para salvar el intento, que cuenta con un alambicado, oscuro e incomprensible vestuario de Rosa García Andújar que incide en lo caricaturesco. Un error que llega hasta la voluntad de los movimientos de grupo, como si lo esperpéntico debiera ser representado sólo a través de un rancio expresionismo de taller.
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