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Reportaje:

"Señora, ¿adónde va? ¿No ve que está de bote en bote?"

Sofocos y empujones para ver bajar el cuadro de la Virgen de La Paloma

Rebeca Carranco

Con los hombros pegados a las orejas, apretujando los cuerpos, cientos de feligreses esperan bien juntos, bien calentitos, en la iglesia de San Pedro el Viejo, conocida como Nuestra Señora de la Virgen de La Paloma. "¿Ya se han acomodado? ¿Ya se han discutido? ¿Ya han dicho este sitio me vale, éste, no?", les pregunta, con severidad, María Victoria. La mujer, enjuta, que dirige el coro y el corral desde hace muchos años, está curtida en las misas de la festividad de La Paloma, donde desde 1939 los bomberos bajan el cuadro de la Virgen. "Sin enfadarnos", insiste María Victoria, "vamos bajando a celebrar la eucaristía, con cuidado, que ya sabemos a lo que venimos". A ver a la Virgen, a los bomberos y a sudar y reñir.

"Es una cuestión de tradición más que de fe", dice el bombero que bajó a la Virgen

"Señora, ¿adónde va? ¿Que no ve que está todo de bote en bote?", aúlla una mujer, que sorprendentemente viste un 15 de agosto con manga larga. La aludida, una rubia peinada como de peluquería y con los ojos maquillados de verde, ni siquiera repara en el reproche y sigue con la difícil labor de abrirse paso. Avanza entre cuerpos y cuerpos, hasta que topa con un hombre canoso. "Que me deje pasar, le digo, que quiero salir", reniega la mujer, apretando su torso contra la espalda del señor, que hace como que no se entera. "¡Que me deje!", insiste ella. "Por aquí no pasa, y punto. Y no me pienso mover", dice él.

Pero la mujer no ceja en su empeño y aprieta con tanta fuerza que al final desgaja la masa humana y logra colarse, ignorando la mirada iracunda del hombre.

Irene es una niña y se toma la misa con otro espíritu. Como su estatura se lo permite, se sienta en el confesionario, donde cabe con holgura, y espera mascando chicle a que los bomberos bajen el cuadro. Su madre, Paqui Montiel, le va echando un ojo. Diego Sánchez, su padre, se dedica más al cante. "Qué bien lo hace usted", le halaga una mujer. "Muchas gracias, es que canto en un coro", le responde Diego.

Los salmos, las oraciones, se suceden en la pequeña iglesia pintada de amarillo, junto a los empujones, los reniegos y el plac, plac, plac de los abanicos. En la parte de arriba, un coro de niños y adultos ameniza la misa. Entre los feligreses, unos voluntarios con una cinta lila, con un símbolo del dólar colgado al cuello, piden la voluntad. "Hoy no tendrían que pedir, mujer", se queja una señora.

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"¡Irene! ¡Irene! Levántate, que empieza", le dice Paqui a su hija, en voz baja, para no incordiar a los que piden silencio mientras el sacerdote oficia la misa.

David Sánchez, un bombero de 35 años, sube por una escalera metálica apoyada en el retablo, moviendo acompasadamente las caderas. Suyo es el honor de descolgar el cuadro con la efigie de la Virgen, para ir bajándolo lentamente. Él, a diferencia de otros bomberos que han bajado a la Virgen otros años, es el primero de su familia que elige esta profesión. Bajar el lienzo, que pesa entre 100 y 150 kilos, "es una cuestión más de tradición que de fe", dice el hombre unos minutos después de ponerlo en el suelo, bajo la mirada de un montón de feligreses.

Gallardón y las multitudes

El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, acudió ayer, como es tradicional, a la bajada del cuadro de la Virgen de La Paloma. El primer edil presenció la misa de la una de la tarde, al lado del Cuerpo de Bomberos, y fue uno de los primeros en besar el cuadro de la Virgen cuando lo bajaron al suelo. Previamente, acompañado del delegado de Seguridad y Movilidad del Consistorio, Pedro Calvo, había hecho la ofrenda floral ante el cuadro de la fachada de la iglesia.

Después de la misa, siempre sin separarse de la comitiva que le acompañaba, Gallardón se lanzó a la calle, a saludar, a abrazar, a besar a los madrileños. Hasta en un bar, la cervecería Los Caracoles, se metió el alcalde. Y eso que parecía que no cabía un alma. "¡Alcalde! ¡Mire aquí!", le decía un hombre apuntando con el móvil. Pero la visita duró poco.

Ya de nuevo en la calle, unas mujeres le pidieron una foto al alcalde. Sonriente, con la cabeza ladeada, Gallardón posó sin quejarse. Aunque entre dientes farfullaba: "¿Ya está? Venga. ¿Sale?".

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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