Genio invisible
Hace una década, ya con tres discos espléndidos, Ron Sexsmith (St. Catharines, 1964) lo tenía claro: "Soy treintañero, de Canadá, y no escribo música de orientación rítmica. Así que no puedo esperar mucho desde el punto de vista comercial". En 2008, sin haber bajado el listón y con su décimo álbum, Exit strategy of the soul, recién expuesto, su estatus de maravilla oculta apenas varía. "Aunque ahora canto mejor que entonces, o al menos del modo que gusta en las emisoras", ironiza el cantautor desde su domicilio en Toronto. Su suave voz, al margen de que esté más o menos trabajada, siempre deleita. Y como compositor entre el pop y el folk resulta infalible. En Exit strategy of the soul, ha cambiado muchas cosas para que todo siga igual. Primero en la producción: el sueco Martin Terefe en lugar del prestigioso Mitchell Froom (Elvis Costello, Suzanne Vega, Los Lobos), al que había repescado para su trabajo anterior. "A Mitchell no me lo puedo permitir, y con Martin siempre ha habido una conexión especial desde que grabé en su estudio de Londres una canción para un tributo a Ray Davies".
En el nuevo disco Sexsmith se vuelca con el piano, algo prácticamente inédito. "Soy un pianista terrible. Hasta Blue Boy (2001) nunca lo había tocado al grabar. Aquella vez fue un empeño del productor, Steve Earle, para uno de los cortes. De chiripa, lo logré en una sola toma. Mi batería me regaló uno hace dos años y, como practico en casa, ahora me siento más seguro". Sexsmith hace sonar el piano desde el otro lado del teléfono, y a él achaca el sabor a gospel que desprende Exit strategy of the soul: "Lleva mi voz a un lugar diferente. Eso le ocurría por ejemplo a Dylan en discos como New Morning". Sus gustos están más cerca de la música negra que sus canciones: "Siempre he amado el soul melódico de Sam Cooke o Smokey Robinson. Igual que a Curtis Mayfield, aunque no poseo esas gargantas. La gente asocia el soul con la música rhythm and blues, y cree que se trata de tener flexibilidad en la voz, tipo Whitney Houston. Es otra cosa, un sentimiento, no importa el género". No puede evitar su pasión por las voces muy melódicas: "Como la de Buddy Holly o la de Bill Withers. De Withers no paraba de escuchar con seis o siete años un single, Lean on me. Y sentía la capacidad de su voz para insuflar fuerza. Yo también procedo como Bill de un hogar roto".
Hablemos de las letras de su disco: "Suelen costarme, pero aquí han surgido con facilidad. En cuanto me venía algo a la cabeza, lo anotaba como en un dictado. Son más positivas y espirituales que en mis primeros trabajos, pero conozco gente más triste que yo". Y el salto mortal: un viaje a La Habana para incluir metales, soplados por músicos cubanos. "Idea de Martin. Yo no lo tenía claro, mi música nada tiene que ver con Cuba, pero el resultado parece hecho en Memphis. Y la gente de allí es muy inspiradora". ¿Otro aliciente? Escribir una canción, Brandy Alexander, con su compatriota Feist, la cantautora célebre gracias a un anuncio. "Coincidimos en una fiesta y le dije que ése era el brandy que solían beber juntos John Lennon y Harry Nilsson. Me mandó un texto y le puse música". Ron aún sueña con un golpe de fortuna como el de Feist: "Si algún día triunfo, será gracias a una versión de un tema mío". Cuando Rod Stewart grabó Secret heart no pudo ser. "Mejor así, si no todo el mundo habría pensado que era suya".
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