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Tentaciones
Reportaje:NOSTALGIA

20 AÑOS MASTICANDO PESIMISMO

DICEN que los noventa nunca se fueron. Al menos ha habido revivals para aburrir. Pero el calendario no engaña: han pasado 20 años desde la edición de un disco que creó época. En 1988, un pequeño sello de Seattle (Estados Unidos) editaba Bleach. Detrás de aquel ruidismo rock, tres melenudos con camisetas anchas, vaqueros rotos y un nombre espiritual: Nirvana. El resto de la historia ya la conocen. Pero tal vez la de la discográfica local, no.

Jonathan Poneman y Bruce Pavitt, dj's de una emisora del Estado de Washington, tenían algunas ideas para dominar el mundo. En la gris y aburrida Seattle empezaban a brotar grupos quejicas e interesantes. Poneman echó el ojo a uno, Soundgarden, y maquinó una estrategia de negocio con Pavitt (que a su vez acababa de editar por su cuenta Dry as bone, de Green River, de donde surgieron

Mudhoney y Pearl Jam). Primero, fundar un sello: Sub Pop. Segundo, lanzar una primera referencia potente: el ep de 1987 Screaming life de Soundgarden. Tercero, armarse de un buen merchandising. Inspirados por la Motown y su modelo de fábrica de éxitos, lanzaron su club del single para coleccionistas (a pesar de que la tirada alcanzó las 500.000 copias) y encargaron camisetas con su logo. No dejaron cabos sueltos: se rodearon de figuras como el fotógrafo Charles Peterson, el productor Jack Endino o el diseñador gráfico Art Chantry. Y no tardaron en besar el santo: el año siguiente editaron Bleach, de Nirvana, y el single de Mudhoney Touch me, I'm sick. Sub Pop fabricó su sonido y las multinacionales se lanzaron a la yugular dispuestas a comercializar el movimiento: el sello Geffen atrapó a Nirvana y a Hole (el grupo de Courtney Love, la mujer de Kurt Cobain); Columbia, a Alice in Chains; y Epic, a Pearl Jam.

El grunge se convirtió en fenómeno, y el mercado devoró todos sus flecos: la pasarela, las revistas, el cine, la literatura… Todos querían su pedazo del pastel. Javier Garcés, presidente de la Asociación de Estudios Psicológicos y Sociales, así lo cree: "Es el último fenómeno global que ha dado la música. Y le ha pasado lo que al resto de movimientos innovadores y anticonvencionales. Al perder fuerza, se ha trasformado en producto; el marketing necesita modas para vender". Tiene gracia que valores como ir en contra de lo comercial y el rechazo a la imagen se hayan convertido en carne de negocio. El caso de Eddie Vedder (cantante de Pearl Jam) es revelador: en los noventa no concedía entrevistas, se negaba a pasar por las manos de las estilistas de la MTV e incluso llevó a la todopoderosa agencia de entradas Ticketmaster ante los tribunales acusándola de monopolio. Fue en vano; Ticketmaster ganó y la MTV convirtió el grunge en doctrina planetaria. En 1991 emitió Smells like teen spirit, de Nirvana, y un ejército de adolescentes y veinteañeros desencantados lo abrazaron como un nuevo mantra. La tribu ya tenía himno, ahora sólo faltaba una coartada intelectual. El escritor Douglas Coupland ideó la etiqueta: todos aquellos licenciados sin perspectivas ni porvenir laboral iban a englobarse en la generación X. Según él, los grunges sufrían "envidia demográfica" por no haber crecido en una época donde todo era más fácil, como los yuppies. "Los grunges padecían el mismo complejo de Peter Pan que los hippies. Pero mientras los hippies sentían rabia contra el sistema, los grunges querían cambiar sólo algunos aspectos de sus vidas. Del flower power se pasó a la flor en manos de las multinacionales", teoriza el antropólogo Carles Feixa. El cine también sacó tajada: Reality bites, de Ben Stiller, fue su bandera comercial. Y Kevin Smith (director de Clerks y Mallrats), le otorgó al look de perdedor todo el orgullo de lo indie.

En la moda, la historia arranca en Londres. Corría el año 1989 cuando la revista de tendencias The Face contrató a una desconocida Corinne Day de fotógrafa. La inglesa quería una cara inédita, y la encontró en una chiquilla de 14 años. De nombre, Kate Moss. Los retratos fueron una revolución. La imagen de Moss, despeinada, sin maquillaje y con ojeras, parecía resumir todo el desaliento de una época. Day había hallado un lenguaje: junto a la estilista Melanie Ward y el fotógrafo David Sims se dedicó a fotografiar a gente de la calle (en vez de a modelos profesionales) vistiéndola sin artificios, con prendas de segunda mano. La repercusión fue brutal. Los críticos calificaron el estilo de grunge (basura, en inglés). Los artífices del fenómeno, sin embargo, no tardaron en ajustar la criatura a las imposiciones de la industria: Day saltó a la revista Vogue; Kate Moss, a Calvin Klein, y la estilista Melanie Ward, a Harper's Bazaar.

En Nueva York las cosas fueron aún más lejos: el diseñador Marc Jacobs y su estilista fetiche, Venetia Scott, se atrevieron a subir esos aires enfermizos que venían de Seattle o Londres a la pasarela. Fue en 1992, cuando Jacobs trabajaba para la muy lujosa Perry Ellis. Su osadía le valió el despido inminente, pero también la gloria entre la élite cool (y su primera entrada en las enciclopedias de la moda). Que en 1997 John Galliano creara para la alta costura de Dior una colección de estética vagabunda hecha a partir de periódicos parecía un paso lógico. Eso sí, el grunge saltó a la exclusiva pasarela parisiense hecho un cirio.

¿Y en España? "España era un secarral. Hasta el boom de Nirvana, el grunge pasó inadvertido. Fui a ver a Nirvana a Valencia en 1992 y la plaza estaba vacía", recuerda Rafa Cervera, cronista de la época. Lo más parecido al grunge eran grupos de noise pop que coqueteaban con el shoegaze y los pantalones rotos. Bandas como Sexy Sadie, Eliminator Jr o Australian Blonde. Aun así, las multinacionales buscaron alternativas ibéricas a Nirvana. RCA, por ejemplo, se conformó con las letras en inglés de Surfin' Bichos y Penelope Trip (de Gijón, tan lluviosa como Seattle).

El cine reflejó tímidamente el fenómeno, pero el manifiesto grunge que fue Solteros (de 1992 y con Eddie Vedder y Matt Dillon) tuvo al menos un gran admirador en España. Álvaro Fernández Armero rodaría dos años después Todo es mentira, y en ella le rendiría un sentido homenaje a su antecesora estadounidense: la escena en la que Jordi Mollà comprueba el embarazo de Christina Rosenvinge en un baño está calcada del filme de Cameron Crowe.

Y es que España no sería realmente grunge hasta Dover. "Devil came to me [1997] era muy nirvanero. En dos semanas vendimos 15.000 copias", dice Gema del Valle, del sello Subterfuge. El segundo disco de las hermanas Llanos se convirtió en el más vendido de las independientes españolas en los noventa: casi 400.000 copias. Amparo Llanos y su hermana pequeña, Cristina, habían mamado el sonido de Cobain. "Me largué a Hawai con Paco Pérez [locutor de Radio 3] a ver a Nirvana. Aluciné. Cuando murió Kurt [1994], Paco estaba destrozado. Llamé por teléfono al programa y Cristina y yo tocamos Rape me", cuenta Amparo. "Este año reeditaremos el Devil de Dover", anuncia Gema. Y remata: "El grunge nunca se fue. Y si se llegó a ir, ha vuelto: ¿quién no se ha fijado en las similitudes entre los emos y los grunges?".

¿QUÉ HARÍA YO EN LOS NOVENTA?

No todos los responsables del fenómeno Seattle se unieron al club de los 27 (la fatídica edad a la que murieron Kurt Cobain o Jimi Hendrix). Muchos se quedaron sobre la faz de la tierra, aunque no todos siguieron enarbolando la bandera del grunge. Estos son los vestigios del último gran movimiento musical (y estético) del siglo XX.

EL RESURGIR DEL SELLO

A punto estuvo de quebrar la madre del grunge. Pero Sub Pop ha levantado el vuelo. Dicen que su renacer se debe a un talismán: Megan Jasper, la recepcionista que en los noventa soltó un sarta de mentiras sobre la jerga a la revista New York Times. Se inventó palabras como lamestian (persona no molona). Jasper ha vuelto como subdirectora. Supersticiones aparte, tres bandas han saneado las cuentas de la compañía: The Shins (en la foto), Foals y CSS.

LA PLUMA DE LA TRIBU X

El Homero de la generación X -nacidos de 1961 a 1971— sigue erre que erre. Desde su primera novela, en 1991 (Generación X), Douglas Coupland ha publicado obras teatrales y de ficción trufadas de perdedores y diálogos ácidos. Su último libro, El ladrón de chicles (2007), recupera su leitmotiv. Pero añade detalles que son pura generación Y (nacidos entre 1982 y 1997): la relación entre los protagonistas, un cuarentón alcohólico y una gótica, se basa en e-mails.

BOCADOS DE HILARIDAD

Y Ben Stiller expió su culpa. Al menos para quienes abominen de la ñoñería de Reality bytes (1994), su retrato mainstream de la generación X. El actor/director es parte de la élite de cómicos incorrectos que mandan en Hollywood. Y para muchos, su filme pretendía retratar el grunge con el mismo cachondeo con el que más tarde parodiaría el mundo de la moda (en Zoolander) o, ahora, el ciné belico (en Tropic Thunder). Otros, en cambio, creen que Stiller iba totalmente en serio.

VERGÜENZAS EN PORTADA

Su desnudo forró carpetas, paredes y se vendió como churros. Spencer Elden sólo era un bebé cuando un amigo de su padre hizo las fotos de la portada de Nevermind, de Nirvana (10 millones de copias vendidas). El niño que nadaba tras un billete todavía está un tanto avergonzado por salir en bolas en semejante hito de la cultura popular: "Tengo la sensación de ser la estrella porno más grande del mundo", afirmó el año pasado a la cadena MTV.

CAPITAL DEL DESALIÑO

Seattle le arrebató el puesto de capital musical en los noventa. Pero en 2005, Marc Jacobs, padrino del movimiento, declaró: "Nueva York sigue siendo grunge". Y el pasado febrero, en la semana de la moda de la ciudad, el diseñador acompañó su desfile con un concierto de Sonic Youth (para algunos, banda precursora de Nirvana). Y no sólo la pasarela habla de desaliño: en el fondo, The Strokes sólo han sido la última vuelta de tuerca de un fenómeno que empezaba a oxidarse.

PRINCESA TRASH

Los medios la han coronado reina del grunge del siglo XXI (si es que eso tiene algún sentido). La ex niña mimada de Disney, Lindsay Lohan, se lo ha ganado a pulso: alcohol, drogas, detenida por conducir ebria y sin licencia, un periplo interminable en centros de rehabilitación y noches locas junto a Paris Hilton y Britney. La niña prodigio de Tú a Londres y yo a California llena las portadas de los periódicos borracha y desmadejada. Una celebridad fuera de control.

JUNO

Las razones por las que Juno, el filme de Jason Reitman, entronca con el grunge son genealógicas. Juno (Ellen Page) se queda embarazada con 16 años. El tema es el mismo que trataban los documentales de los setenta y ochenta (los que vieron en el instituto los grunges). Pero los personajes no son arquetípicos. La pareja que adopta el bebé es muy yuppy. Y Mark, fan del grunge y las pelis de terror, no está muy seguro de querer ser padre

LA METAMORFOSIS

La crítica especializada los convirtió en abanderados del grunge español. Pero su álbum Follow the city lights (2006) los convirtió en desertores. Adiós al guitarreo sucio: Dover abrazó en su sexto disco la electrónica más bailable. Muchos fans los criticaron por el cambio musical y por el estético (los pelos rubios de la cantante Cristina Llanos). Sea como fuere, el tema Let me out se alzó en las listas y se vendieron 180.000 copias del disco.

¿QUIÉN MATÓ A COBAIN?

Anna Wintour, la temible directora del Vogue estadounidense, ostenta el título de bruja mala de Seattle. Según publicó en 1999 la revista New York, Wintour reunió en su despachó a los diseñadores más influyentes y les obligó a exiliar el grunge de las pasarelas. ¿Cómo? Amenazándoles con no publicar nada sobre sus colecciones en Vogue, lo que equivale a borrar del mapa a un creador. Wintour forzó la vuelta del lujo, los perfumes caros y el glamour.

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