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'sticky fingers' | el tiovivo
Columna
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Irremediable gerontocracia

Además de todo lo que son, los Rolling Stones encabezan una rama novísima de la especie: la de la estrella de rock vetusta en funciones. Hace dos o tres décadas nos preguntábamos si habría rock después de los sesenta, una pregunta pertinente como aquella de la vida después de la vida, y la respuesta ha ido llegando gira tras gira, con verdadera contundencia: no sólo hay rock, también parece que no van a retirarse nunca.

Hace unos días, el guitarrista Ron Wood, escudero inseparable de Keith Richards, fue pillado por la prensa, y por su mujer, en una maniobra que ilustra su eterna, y destrampada, juventud: con el pretexto de hacerle una serie de retratos, se encerró durante 11 días con una joven, y hermosa, camarera, cuya madre tiene 15 años menos que él. Son el tipo de cosas que debe hacer un rolling stones para que sus forofos no sospechemos que se han convertido en una industria, dirigida por cinco empresarios añosos, que se entrenan y vitaminan bajo supervisión médica, y que comen acelgas y beben agua de manantial, y no licores fuertes como metal fundido que diría Arthur Rimbaud, otro rolling stones que acabó de empresario. La película Shine a light, de Martin Scorsese, documenta este pantanoso territorio, el del rockero emblemático que es al mismo tiempo presidente de una compañía trasnacional. En sus impecables secuencias, llenas de descarnados close-ups, vemos, por ejemplo, el trabajo modélico de vocalización que hace Mick Jagger, más los empastes también modélicos que lleva en las muelas; o el contoneo característico de Keith Richards, que en un descuido ya no es el ritmo interior que provee el bourbon, sino el mareo gaseoso que le produjo un exceso de coliflor con tofu.

Como prueba de su irremediable gerontocracia, en el concierto que filmó Scorsese, los Rolling Stones reciben a uno de los escalofriantes gemelos Kaczynski, ese político de dos cabezas que gobernaba Polonia, y a Hillary y a Bill Clinton, ese competente rolling stones, monarca de la testosterona, que acabó de presidente de Estados Unidos. Se echan de menos en el filme más escenas tras bambalinas, un documento visual que nos asegure que los Rolling Stones fuman, beben y se ponen ciegos antes de salir a escena, que Keith Richards efectivamente se hace transfusiones de sangre para limpiarse el organismo, que abundan las groupies y las camareras que luego pintará Ron Wood, que no hay botellines de agua ni malditas coliflores en sus camerinos; que los Rolling Stones, en suma, siguen siendo unos Rolling Stones.

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